Para el Padre Gutiérrez,

Un muy cordial saludo, Padre. Tomás me ha contado lo que decía la carta que él acaba de enviar. Por tal razón, le escribo estas líneas. No quiero que piense mal de nosotros y nos llegue a juzgar tan severamente que sea su decisión no oficiar nuestra boda. Aunque entenderé si es así.

Tomás y yo vivimos años felices justo antes de que la familia Martínez se reuniera. El golpe de las noticias que nos dieron en ese momento fue devastador, pero no fue lo suficientemente fuerte como para derrumbar los sentimientos que hay entre nosotros. La decisión de realizar las acciones que hicimos no las motivó la venganza, mejor dicho, no las motivó únicamente la venganza. En ese tiempo, estábamos entrando apenas en nuestra adultez y vivimos cómo nosotros seríamos los últimos Martínez, a menos que tuviéramos una descendencia. La conversación más incómoda que llegamos a tener con Tomás fue la de no querer tener hijos para perpetuar esa familia egocéntrica y narcisista que, sin importar las demás personas, busca una salvación casi individual.

Lo que queríamos hacer era que la salvación de nuestra familia no dependiera de nuestra boda, así nos tocara realizar las acciones más radicales y condenables. Nuestra familia estaba condenada a desaparecer. Simplemente le evitamos la angustia de sufrir la incertidumbre de no tener un destino para cada uno de nuestros seres queridos. Y logramos hacerlo, ningún Martínez sobrevivió, y como se imaginará, ni siquiera nosotros dos.

Nuestra vida, o algo parecido a la vida, que tenemos en este momento, no es más que la repetición de los últimos 3 meses antes de la fecha de la boda. Todos los sucesos se repiten, todas las fiestas, toda la abundancia, toda la música, con excepción de la noche del incendio, la cual se pasa plácidamente. Al día siguiente, todos despiertan y se dan cuenta de lo sucedido, y tenemos 3 días durante los cuales estamos aquí y, a la vez, no estamos. Pasados esos 3 días, se vuelve a repetir el ciclo. Solamente Tomás y yo, en nuestros momentos de soledad, logramos recordar todos los sucesos que transcurrieron. Es allí donde podemos contactarnos con el mundo fuera de la casa. Nadie más puede hacerlo. Ninguno de los demás Martínez puede recordar algo antes de esos 3 días. Es como si ellos lo vivieran por primera vez.

Tomás y yo, después de tantos años de hablar y de poder entender por qué seguimos aquí, decidimos contactar a personas que puedan oficiar uniones ante Dios y buscar una forma para que esta familia supere esos hechos. Y pueda ser salvada en lugar de seguir atrapada entre estos muros. Que, aunque ellos no se den cuenta, ya se evidencia el paso del tiempo en cada uno de estos espíritus moribundos.

Así que, Padre, por favor venga en la fecha acordada. Va a encontrar el camino despejado en las ruinas de la casa, que lo conducirán hacia la sala principal. Ahí habrán unas cuantas sillas como si alguien las hubiera organizado hace unos 50 años y nadie las hubiera movido de allí. En el altar no encontrará figuras religiosas, pero sí una pequeña copa y algunos utensilios que sobrevivieron a los saqueadores y que solamente ese día estarán en aquella mesa. Por favor, oficie la boda allí. Nosotros estaremos escuchándolo con total atención y sabrá que después de eso ahora ha salvado a toda la familia Martínez.

Con un gran aprecio y esperanza,

Laura Martínez