Salir de recintos citadinos para divisar un espléndido panorama de gran magnitud, sumergirse en la serenidad del aire puro y sentir la calidez en un territorio gélido como es costumbre.
Nos dirigimos a tres kilómetros de Güasca, lugar donde reside Tatiana Medina y Santiago Cajiao; una comunicadora social y un publicista que desde hace aproximadamente cuatro años decidieron decirle adiós a la ciudad para abrir paso a sus sueños. Después de este tiempo, estos se convirtieron en una realidad que sigue siendo idílica en la vida de la mayoría de los habitantes de la capital. Mis compañeros de viaje y yo vivimos en Bogotá, acostumbrados a un ritmo que no para, pero se transforma minuto a minuto, en cada lugar; las avenidas y pasadizos cubiertos de asfalto se encargan de organizarnos como piezas de tetris, la atmósfera se percibe cada día más turbia en el aire y en el ruido que nos consume. Al pisar el suelo atestado de naturaleza nos quitamos un peso de encima.
Pasamos a tomar café con pan de bono en una pérgola muy cómoda y particular, —nos sentíamos acogidos como en nuestra segunda casa—. Mientras tanto nos contaban cómo han asumido ellos la vida en el campo. “Cuando conversábamos Tati y yo, siempre nos dábamos cuenta que lo que queríamos hacer era más divertido que lo que nos tocaba hacer —expresó Santiago en tono reflexivo. Encontramos una complicidad natural desde que nos conocimos y esto nos llevó a apoyarnos en hacer todo esto (…) Con esta forma de pensar ya llevamos cinco años”
La ciudad: “desde que uno nace está programado”
Cinco perritos amigables nos acogieron de igual manera durante el camino, fue increíble para mí ver a todos los animales que cuidaban este lugar; entre estos, gatos, perros, gallinas y patos. Yo escasamente cuento con mi Beagle en un espacio cerrado. En la ciudad podemos pasear en las calles y los parques cercanos. ¡Qué comparación! Afortunadamente, contamos con una paseadora porque no siempre tenemos el tiempo para sacarla. Pensaría que eso es una ventaja, pues en la ciudad todo está hecho. De esta manera, Santiago y Tatiana adujeron su punto de vista acerca de la vida en la ciudad refiriéndose a la cantidad de posibilidades que pueden existir para sobrevivir cómodamente, bajo diferentes dependencias y preceptos. “En la ciudad uno conoce mucho más el hecho de emplearse, de trabajar con un horario”, comenta Tatiana, recordando la época cuando trabajó para una empresa en Bogotá. Asimismo, Santiago recordó cuando trabajaba en una agencia, dentro de una oficina. “A medida que en el trabajo la presión aumenta, las cosas que uno quiere hacer se vuelven relevantes, luego se vuelven importantes y después se vuelven urgentes. Es cuando uno mental y emocionalmente empieza a afectarse y cuando físicamente uno ya está mal”.
Con un gesto de preocupación, mientras hacían contacto visual, llegaron al acuerdo de que no es normal que las personas se enfermen por el hecho de estar trabajando, muchos de sus compañeros empezaron a sufrir enfermedades del colon y hasta se les caía el cabello.
El laboratorio de ideas
Me sentía pequeña cuando pisaba el pasto y el mantillo de bosque, cuando me acosté allí alrededor de los animales, sí que me liberé de una gran cantidad de estrés bogotano y comprendí lo que ellos decían, esto se convierte en algo normal para uno.
Imaginaba, cómo fue para ellos vivir la travesía de alejarse de todo y sin el contacto de la sociedad; vivir la vida como ermitaños, cultivando sus alimentos y enriqueciendo su espíritu. Al escucharlos y detallar lo que han construido en este tiempo, quedé estupefacta, choqué con esta noción irreal que nada tenía que ver con ellos. "Las ganas de hacer vainas —afirma Santiago con energía en su voz. Eso fue lo que nos cautivó".
No me alcanzaría en esta nota para nombrar todo lo que han construido y se han inventado. Ellos consideran el campo como un laboratorio de ideas, pues allí no existe nada prefabricado para la comodidad, lo más curioso y atractivo para nosotros es que cada uno de los objetos allí presentes cuenta una historia, totalmente opuesto a lo que yo compro en el centro comercial.
En este laboratorio han adquirido gran conocimiento; sin embargo, este ha sido un proceso diferente al que uno suele imaginarse. Ellos no tienen cultivos o huertas, no se consideran neocampesinos, tampoco viven como ermitaños, el hecho de vivir en el campo no los aleja del mundo; porque el desempeño de sus profesiones y el manejo de las herramientas digitales les permite ser ubicuos. ¡Yupi!, sí, Yupi es el nombre del proyecto que han llevado a cabo de manera creativa y sustentable, este ha generado acogida por la mayoría de sus visitantes.
El minimalismo como estilo de vida
El proyecto del que hablo y que me llenó de inspiración, es una casa minimalista más conocida como Tiny House, esta tiene un espacio de apenas dieciocho metros cuadrados, es portátil, degradable y muy funcional. Mientras Tatiana sintonizaba la música en su equipo de sonido —que funciona con energía solar—, yo hacía maromas con mi amigo para subir por las escaleras que, por cierto, funcionaban como armario también. El cuarto de huéspedes queda en la parte de abajo de la casa, tiene dos metros cuadrados. La cocina y sala ocupan el mismo lugar, al lado hay un cuarto innovador que es el baño, arriba queda el dormitorio donde instalaron lo más importante: su cama, un televisor, una guitarra y libros que no pueden faltar, entre otros detalles. Por fuera hay un lindo balcón que también sirve como comedor. Todo se encuentra perfectamente alineado y colocado en un lugar estratégico; la decoración está llena de color y vida, los objetos son hechos generalmente con material reciclable.
Juntos tuvieron la idea de construir un espacio que no alterara el entorno y que no fuera invasivo; sin saber de arquitectura se animaron para sacar adelante este sueño, con ayuda de los padres de Santiago que también viven allí. Hoy en día ya son tres Tiny House; todas tienen una construcción diferente; además, con el fin de darle uso a lo que se considera basura.
No consumir = no desechar
Observando el entorno, pensaba en qué momento había llenado mi mente de falsas necesidades y por qué me afanaba trabajar tanto para gastar el dinero en cosas insignificantes. "Uno aquí se desacostumbra a consumir y a desechar, sea porque no necesita las cosas, sea porque no tiene plata para comprarlas o sea porque uno puede reemplazarlas fácilmente; entonces, las cosas tienen otros usos o pueden durar más" —Cuenta Santiago. “Buscamos la forma de reemplazarlo por algo que podamos hacer nosotros mismos”. -Agrega Tatiana mientras nos enseña un atractivo vitral en la cocina.
No les sobra ni les falta nada. Les pregunté cómo pueden vivir alejados de la fuente de dinero. "Sucede que acá la plata no tiene mucho uso, es decir, dentro de la finca uno no la usa". Afirma Santiago, "Acá es mucho más barato todo. No hay intermediarios, acá básicamente, de la tierra a la bandeja".
Cuando el bienestar depende de la disciplina
El tiempo es otro recurso que no se despilfarra como en la ciudad, en donde el afán por cumplir responsabilidades no da tiempo ni de pensar a conciencia, qué es lo que realmente nos apasiona. La abundancia de tiempo permite invertir en gustos y descubrimientos; abre la posibilidad de probar, cometer errores y fracasar hasta que se logran los objetivos. "Al principio nos costó un poco de trabajo administrar nuestro tiempo —Comenta Tatiana. Llegamos aquí y no sabíamos qué hacer, pero el estilo de vida lo lleva a uno a ser disciplinado".
La disciplina es un principio que han cultivado de la mano con la autonomía. "Si tú no haces algo para solucionar un problema que tengas, nadie lo va a hacer por ti, nadie. —Asegura Santiago con firmeza. Aquí no hay que cumplirle a nadie salvo a uno mismo que es más jodido". Esta independencia epata y al mismo tiempo limita a las personas que van a visitar en lugar, sus cosmovisiones construyen diferentes expectativas.
El efecto burbuja
Santiago explica un concepto económico que tiene mucho que ver con la concepción de la vida en el campo. En el mercado pasa que, en la especulación de los productos, se suben acelerada e incontroladamente sus precios; de manera que estos se alejan demasiado de su valor real. De la misma manera ocurre con las especulaciones que las personas hacen acerca de la felicidad de vivir en el campo, de manera que cuando se enfrentan a la realidad, esta burbuja se rompe. "Hay casos en que la gente viene y se da cuenta que no es lo que están esperando y se van decepcionados —Expresa Tatiana recordando a un amigo, cada quién lo vive a su modo".
Hacer revolución desde los actos propios
Nos dirigimos al estudio donde se crean sus productos digitales. Juntos escriben para la página web, trabajan con su proyecto fotográfico, hacen música y otras actividades, sin contar su vocación en la arquitectura. “Nuestra vocación es innovar. Con lo que está hecho, hacer algo interesante —Explica Tatiana. Hemos desmitificado la idea de que, si uno no está en la oficina, no hace para lo que estudió".
Salimos por el puente de madera abrazado por los árboles, estábamos agradecidos. Ahora me pregunto, qué estamos haciendo nosotros para reinventarnos en nuestra vocación y nuestro estilo de vida rutinario. Existen lógicos argumentos para confirmar que el campo no es la felicidad; no obstante, el venir aquí nos da la posibilidad de ver desde otra perspectiva, “el lado B” de esta realidad. Sin evangelizar, este par de innovadores han provocado un efecto colectivo inspirando cada vez a más personas.