Llegar desde cualquier parte de Bogotá hasta el Portal Norte no es una aventura sencilla y todo se agrava cuando, estando en este lugar, es necesario tomar un bus intermunicipal que se llena mientras avanza por la autopista norte. El viaje fue corto, diría que no hubo preocupaciones, pero no fue así. Un poco menos de media hora entre el Portal del Morte y el Centro de Eventos-Autopista Norte, un bus pequeño que, podría decirse, es una extensión más de Transmilenio porque uno debía ir de pie y amontonado con otras personas. Apenas había espacio para contorsionarse y bajar la cabeza para mirar por la ventana y estar pendiente del camino. No es buena idea que alguien alto se suba a un bus pequeño que, además, está lleno; es una odisea, tanto para entrar como para salir.
Llegado a la entrada del lugar continua la aventura, no tan agradable, que sería recompensada al entrar al lugar; caminar y hacer fila entre el barro y la llovizna no es algo que uno aguante todos los días, pero desde afuera se alcansaba a escuchar el toque que adentro esperaba; la requisa se superó sin mayor contratiempo. Luego, sacudir los pies para quitar un poco el barro que se había pegado a la suela de las botas y caminar entre los stands de comida y juegos que se encontraban fuera de esa gran carpa de donde provenía la música.
sacudir los pies para quitar un poco el barro que se había pegado a la suela de las botas y caminar
Dos tarimas, una a cada extremo del lugar. No había tiempo que perder entre los cambios de banda, apenas terminaba un grupo comenzaba el otro, y así se presentaron las más de treinta bandas exponentes del rock nacional. Si uno esperaba con ansias ver una agrupación en especial, para poder estar cerca a esta, debía tomar lugar cerca a la tarima donde se presentaría justo antes de que terminara la anterior, así aprovechar que la mayoría de las personas estaban pendientes de la banda que se presentaba en ese momento, apenas acaba una avalancha de gente corriendo se veía llegar al otro extremo del escenario para ver esa presentación que uno esperaba, para la cual se había conseguido un buen lugar.
Las presentaciones de Oh’laVille, The Mills, Don Tetto, Koyi K Utho y el resto de las agrupaciones, hacían memorable el día. Al no haber tiempo entre presentaciones uno debía perder parte de alguna presentación para ir al baño, comer algo o tomarse una cerveza. Pero eso no era impedimento para disfrutar del día, los stands donde había juegos, eran igualmente entretenidas, los regalos y souvenirs que uno conseguía en el lugar, más que ser un simple objeto, se convertían en un elemento cargado de recuerdos.
el celular descargado, las botas mojadas y llenas de barro, el frio de la noche en la sabana de Bogotá y la oscuridad propia del lugar hacían que fuera aterrador y a la vez divertido
La comida, la cerveza, las bebidas, había que tomarla de pie o esperar a que se liberara algún lugar seco para sentarse. Aun así, era una experiencia estar en el lugar y comer Todo Rico ascompañado de una Tecate; recuerdo unas empanadas argentinas con brownie y bueno, algunas cosas más que había por ahí.
La noche se había quedado corta y las responsabilidades del día siguiente impedían que uno se quedara hasta el final (como el año pasado). La salida, otra travesía; salir del lugar y buscar transporte de regreso a la ciudad, con el celular descargado, las botas mojadas llenas de barro, el frio de la noche en la sabana de Bogotá y la oscuridad propia del lugar hacían que fuera aterrador y a la vez divertido caminar por allí. Cruzar la Autopista Norte en medio de la noche donde hay poca iluminación, tampoco es una buena idea, pero era necesario. Esperar y tomar un bus que, afortunadamente era grande y tenía puestos libres, se dirigía al Portal del Norte de Transmilenio; sí, ese lugar donde empecé esta travesía que concluía en ese momento. Sólo quedaba regresar a casa y descansar para continuar la rutina sabiendo que este día de diversión, pogos, saltos y gritos, quedara en nuestros recuerdos más profundos.