Estos hechos son reales. Es 4 de enero y me siento estrenando cuerpo, no sé si por el dolor o por la frescura. Una casa mágica y acogedora, una señora con Nobleza de espíritu llena de historias en sus ojos y en su mente, un aire limpio y cálido. Todo esto sin ninguna duda ha sido lo mejor del viaje, pero hay algo adicional, y es en un viaje haber tomado otro viaje, más allá de los placeres banales y de conversaciones vacías, más allá de los paisajes de lejos, espectaculares, de unas montañas imponentes, un aire fresco y un sol compañero en medio de una soledad extraña.

Mientras el sol empieza a caer en naranjas, si, en naranjas y también naranjos, y la fiebre arde en rojos escucho y veo en imágenes sin contundencia, la película: un par de padres y abuelos viven y trabajan en los guayabos de Vélez. Cuidan su ganado, su corral, bajan su café, sus naranjas, sus limones y sus guayabas; Ejecutan los quehaceres de costumbre de la valiente vida de campo. El señor de la casa es reconocido en el sector por la curación y sanación de personas, que enfermas se acercan por alivio y reparación. No se limita únicamente a los humanos, los animales y las cosechas también son incluidas, caen en él como un elixir de seres vivientes. Él, siempre dispuesto a la gente. Sin ver al enfermo o a los afectados, prepara sus herramientas, guarapo en mano. Cura y bebe, cura y bebe, se afecta, le duele y lo logra. La procesión vuelve después con agradecimientos. Whisky en mano, cura y bebe, cura y bebe, ¿Quién es el misterioso hombre?

 

 “pero no es de sabios que el sabio se sane a sí mismo. Su estado débil impide usar su energía para su curación e ingresa en la paradoja del curandero.”

 

Mientras la fiebre me persigue el cuerpo, tomo líquido y se derrite el oído escuchando la película, vuelvo a caer mecido por la voz dulce de la señora de la casa, y viajo.

“Se enfermó el viejo” (recuerda ella), un extraño accidente en su pie le ha retenido el caminar. Poco a poco disminuye su andar con los días. Él, con la buena costumbre de curar, se somete al mismo rito para sí mismo, y aun así lo resultados no serían los esperados. La fiebre no para y su pie en brutal estado no cede ante la reparación. “Ay jueputa se murió el dedo” (llegan algunas risas de él y de los recuerdos de ella. Yo, si bien, sigo navegando en la fiebre de la película) Su dedo, negro e inanimado yacía en el final de la cama mientras su mujer con total benevolencia intenta calmar su dolor y convencerle ante su terquedad, el visitar un hospital. No llega la acción de la visita. Y él se ensaña en intentar repararse, pero no es de sabios que el sabio se sane a sí mismo. Su estado débil impide usar su energía para su curación e ingresa en la paradoja del curandero.

Yo voy mientras tanto sin estómago ni cabeza. El recorrido se hace interesante, pero se hace lava, y con el oído caliente vuelvo a llegar a conectar con el relatar:

Pasando los días como pasa la terquedad de aquel hombre, llegan al hospital a ser sometidos a una voluntad incapaz. De no cortarle el pie pasarían a cortarle la pierna y de no ser así a cortarle ambas. Él, habiendo escuchado otras historias de muerte, se rehúsa llegar a una tumba sin algún órgano de su cuerpo “me llevan, pero como dios me trajo al mundo”

Nadie quiere para él, lo que él no quiere, así que nadie firma por él, lo que la doctora quiere, y así comienza una guerra entre la verdad y la verdad. Los especialistas con un extraño clamor por la amputación y la familia con un fervor por buscar otra sanación.

Vuelvo y tomo sorbos de agua para refrescar mi garganta sin estropear la conversación. No solo yo tengo la intriga de saber el desenlace, ella parece estarlo viviendo una vez más y querer saber sabiendo lo que ocurriría tiempo después: Luego de diatribas con los especialistas en medicina y amputaciones, pudieron arreglárselas sin más incomodos percances para salir de aquel lugar, el hospital de Vélez que ella recuerda con un sin sabor amargo y una fuerte promesa de no volver a tocar el lugar que casi la deja sin esposo. No hay dicha, sin embargo. La fiebre aumenta, la del hombre y la mía, y la vía no depara un buen augurio. Uno de sus hijos junto con otro familiar, habían viajado de Bogotá al Hospital de Vélez para recogerlo y llevarlo a una clínica en la Capital, hasta que una extraña y enmadejada situación se atravesó en la andadura. De camino un incidente ocurre y se vuelcan. Su hijo preocupado por la salud del padre se lanza en su búsqueda, sin percatarse de la condición en la que se encontraba. Su otro familiar empieza a recobrar sentido y ayuda en la búsqueda desesperada, presos de una situación que parece injusta, irónica y onírica. Al encontrarse por fin todos, buscan ayuda, son trasladados a un hospital en Bogotá, el objetivo era la salvación de aquel hombre misterioso que para ellos era más que un familiar.

Pasan los días y cuando comienza a salir el sol en Bogotá. En esos días que parecen tan ajenos a esta ciudad. Donde solo pueden pasar cosas extraordinarias y las luces solares golpean las montañas, como buscando el oro que se han llevado de estas partes los infames. En esos días, se levanta él, pone un pie en el piso, con suspenso, pone el otro y camina. No alcanzarían a imaginar la alegría nostálgica de aquella mujer “berraca” de Santander. Recuerda querer ir a Vélez y mostrarles la pierna inexistente a los profesionales en salud del Hospital (ella ríe).

Yo sigo intoxicado y trato de mostrar lucidez, sus nietos están ahí, vienen de jugar. Es una escena agradable, una abuela, dos de sus nietas, cinco de sus nietos y yo tan solo siendo un intruso. La historia se pausa, al otro día se entrecruzarían unos “bonus” no menos interesantes, una suerte de “Spin off” que hacen del encuentro algo aún más interesante y completo.

Hay un hijo desaparecido, dice ella con una frescura nostálgica, intrigante, sobria y madura. Prosigue y reproduzco la charla en esbozos de nuevo, mientras tanto, la fiebre disminuye:

Pasaba un charlatán por el pueblo y las veredas, un señor bien parecido, llevándose promesas del trabajo duro, esos muchachos que no se cansan de laborar. El susodicho charlatán se lo llevó para una gran empresa de Bocadillos Veleños, allí laboraría a diario y viviría cerca. Ella echa atrás en la historia mientras me da pruebas de un yogurt sin azúcar que me hace fiesta en la boca. El hijo no quería estudiar, pero es convencido por su tío de deber hacerlo, no era fácil, había muchos inconvenientes, los clásicos de un país sin oportunidades, el joven no tiene como ir al colegio, no hay dinero para transporte ni para los insumos escolares, sin embargo, el tío les obliga emocionalmente a cumplirle. ¡Maíz!, ella le preparaba el grano dorado para llevar y el muy inspirado y coqueto chico hacia el rebusque. Comenzaba a venderlo en el colegio, no hay nada malo en ello que él le viera y se vuelve un ícono dentro de su círculo escolar. No pasó mucho tiempo para que un profesor robusto, mal humorado y de cejas fruncidas, comenzara a aprovecharse de la situación, quitando el maíz por prohibiciones ridículas, típicas en estos centros de reclusión de los saberes y repeticiones. Los abusos no cesaban, pero el joven aprendió a ser astuto ante el orangután gritón. El joven cada vez tenía más demanda, y la doña sacrificaba enorme cantidad de sueño para hacerle más maíz con el fin de que a su hijo no le faltara ni un día de bus, ni de comida, ni de sueños, ni de risas. Fue uno de esos días en aquellas montañas guayaberas, que llegó el joven con su gran equipaje de maíz y lo descuidó de su quehacer. Abandonó el maíz en su salón, con tan mala suerte que desaparecería. Pero hubo algo, hubo magia. Un compañero le dijo “Vargas, yo vi quién se llevó su maíz, fue el maestro Beracles”. Hubo fiebre, (yo sentí la fiebre), todo ardía en llamas de sudor y rabia (yo sentía el calor). Lanza en ristre al final de la jornada, se va cuál Jaguar buscando presa, decidido, cazador, valiente y envenenado; “págueme el maíz”, “yo no le pago nada”, dos, tres puños, suena el piso, suena la campana: “me echaron del colegio mamá” (ríe, con los ojos en el pasado). “Por esto se fue mi hijo con ese aprovechado”, dice la doña, “es la hora que no ha vuelto, 20 años sin saber de mi hijo”.

 

“(ríe, con los ojos en el pasado). “Por esto se fue mi hijo con ese aprovechado”, dice la doña, “es la hora que no ha vuelto, 20 años sin saber de mi hijo”.”

 

Recuerdo que al mirarla, mientras mi fiebre no se equilibraba, no asomaba dolor en su recuerdo, veía misterio y veía cariños de mamá, veía en sus ojos las facciones de su hijo. Cuando se acabó el “spin off”, me enviaba en tobogán hasta su esposo: Venía un final en continuará, pero sin segunda parte (mejor). Él, el señor misterioso, años después del accidente y de la pierna fantasma, cae a cama, su diabetes empeora. Él, habla con su esposa en el hospital, otro de esos días de chispas en el ambiente citadino “mija tranquila, ellos ya me llamaron, me voy con ellos”, estaba muriendo y tranquilo, “me voy con los de arriba mija, los que siempre me ayudaron a curar a los demás” él parecía delirar, “me dijeron que ya era hora, que descansara con ellos” ella lo aceptó. A las 2 de la mañana una llamada anunciaría la partida final, pero ella ya lo sabía. Yo en medio de la conversación y en medio de mi sudor divagaba, me enrojecía, dilataba mis pupilas, navegaba en la historia, en ese mar incontenible que ella me había presentado. Mas sin embargo no podía sacarme de la cabeza que “Ellos”, los de arriba, le estuvieran ayudando, le hubieran ayudado siempre. Él, que había curado en numerosas ocasiones ganados enteros, de enfermos a sanos, en una sola noche, él, le atribuía todo a los de arriba, ¿Quiénes eran los de arriba? Lo único que hice fue pensar en todo el camino recorrido en paralelo con la fiebre que volaba en mi cuerpo, un camino enorme lleno de pedalazos de Bogotá a Vélez, bajo cielos estrellados, nublados y majestuosos, volví a recorrer las vías, con todos ellos, con los que me ayudaron y los que no, todo mentalmente pero vívido, como si todo hubiera sido un presagio de la historia que me contarían, allí estaba yo sobre dos ruedas tarareando una canción, el cielo es un vecindario...