En la vida existen pocos momentos de introspección y meditación tan personales como una visita al baño; y es que ¿en qué otro momento del día podemos estar en completa soledad con la oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos?

De lo que ocurre allí dentro no mucha gente habla, parece que alrededor de la mierda se ha creado una paradoja en la que se pretende ignorar la existencia de algo que además de ser necesario, está presente en el día a día de cualquier persona. Dijo Gabriel García Márquez: El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo, y más allá de toda segregación social, lo cierto es que al bajar la palanca se va con el agua lo desagradable, fétido y nauseabundo que toda la humanidad tiene en común.

Sin embargo, existen personas para las que lejos de ser un efecto colateral indeseable de la digestión, el excremento se ha convertido en materia prima de expresiones artísticas que son vendidas por miles de dólares en galerías frecuentadas por importantes coleccionistas y conocedores de arte, lo cual no debería resultar sorprendente si en palabras del papa Francisco el dinero es el estiércol del diablo. Sólo se trata de convertir mierda en más mierda.

Uno de los casos icónicos en los que la materia fecal ha valido su peso en oro (literalmente) es en la obra Merda d'artista del italiano Piero Manzoni en 1961. Consta de 90 latas de 30 gramos cada una, cuyo interior se supone, contiene excremento del artista.

Las latas numeradas y firmadas por el autor para verificar su autenticidad, fueron vendidas en varios cientos de dólares, su precio era el mismo que el de 30 gramos de oro puro; no obstante, con el paso del tiempo se han valorizado al punto de que en 2007, una de ellas fue subastada y vendida en 124.000 euros. En la actualidad muchas de ellas se encuentran en importantes galerías como el MOMA de New York, la TATE Gallery de Londres o el centro Georges Pompidou en París.

Esta obra nació como una crítica de Manzoni al arte en sí mismo, y la manera en la que este se ha convertido en un mercado, una esfera social a la que tienen acceso solo un reducido grupo de personas con el dinero y conocimientos necesarios para forjar un criterio que les de la autoridad para determinar lo que es o no arte. En consecuencia, el contenido pasa a un segundo plano, pues se sitúa en el centro al artista; concediéndole una especie de don del rey Midas: todo lo que toca lo convierte en oro. Sin embargo, esto es válido solo para algunos artistas, es preciso tener el prestigio y reconocimiento que dan el dinero, los estudios y ser europeo o norteamericano, es probable que cualquier intento por convertir la mierda en arte bien vendida resulte infructuoso para quienes no cuentan con esas credenciales.

Un claro ejemplo de esto es Gerardo León Molina, un licenciado bugueño de 55 años para quien el estiércol constituye la materia prima de sus creaciones artísticas.

Su obra La mierda hecha arte y el arte hecho mierda tiene un objetivo similar a la del italiano, pues busca poner en entredicho los cánones del arte y el papel de este en la sociedad.

Su obra consta de una serie de cuadros en los que recrea desde escenas de libros ampliamente conocidos hasta paisajes inspirados en su natal Valle del Cauca. Pero contrario a lo sucedido con Manzoni, su obra no es demasiado conocida, a pesar de que desde el año 2011 se encuentra exhibida en la Casa  Museo de Ciencias Turisbuga.

Pareciera que su condición de colombiano de clase media sin mayor formación académica en cuanto al arte hace que sus obras ni siquiera se acerquen al valor que tienen las del artista europeo, aún cuando en ambos casos la materia prima y el objetivo son el mismo, criticar el arte desde el arte.

Finalmente, una pregunta que resulta inevitable es: ¿Qué es el arte? Para Aristóteles constituía una mímesis de la realidad, concepción que vendría a ser consolidada por Platón al asegurar que el arte no aleja al hombre de la realidad, sino que por el contrario, lo acerca a ella y le permite ahondar en su conocimiento.

Tal vez estas expresiones tan escatológicas como artísticas no sean más que una mímesis, un símil de nuestra realidad social, en la que estamos dispuestos a pagar grandes cantidades de dinero a cambio de mierda, siempre y cuando venga del trasero correcto. En ese sentido me tranquiliza un poco no tener el estatus de un artista europeo de renombre internacional, así mi estiércol no vale nada, por lo tanto la frase de García Márquez no aplica para mí.

Por: Carlos Granados