Hay lugares en sectores marginados, donde la educación es un eje articulador de la comunidad, estos sectores no solo viven con el estigma que les genera ser de las periferias, sino que deben sortear algunos obstáculos, algunos más grandes que otros, para poder permanecer allí. Este es un elato sobre la casa de la cultura 18 de Diciembre de la Localidad de Suba, esta casa tuvo que enfrentar uno de los mayores problemas en el año 2013, cuando intentaron desalojarla, sin embargo, la misma comunidad la defendió en una lucha de varios días, gases lacrimógenos, líos judiciales y algunos detenidos.
Acá dejamos a usted lector o lectora un escrito donde se plasma el sentir de una de las personas que conviven en una relación cercana a este lugar, quien vivió los acontecimientos que marcaron la historia de ese sector y además se encarga de que ese lugar siga ejerciendo su labor principal, la educación, Sebastian Bernal Riaño uno de los "profes"
Fotografía: Cristian Galvis
"Cuando decidí ser profesor nunca me imaginé que una frase llena de orgullo me llenaría tanto de tristezas ¿sabe? y es que no es la frase, es la situación, es el barrio. Nadie me había dicho que un “hola profe” venía acompañado al sabor de la nostalgia mezclada con polvo, ¿Qué a que sabe la nostalgia? No lo sé, pero puedo hablar de los efectos secundarios que produce después de haberla consumido, vienen con pequeñas porciones de sal de ojo mezcladas con tierra y brea, menjurje que luego se transforma a lo que huele la injusticia, ese olor a pimienta fétido que obliga a llorar las lágrimas prestadas de viejas rabias acumuladas.
Lo más duro fue volver, ¿entiende? recuerdo que después de lo ocurrido no quería pasar por aquellas calles polvorientas y llenas de pequeñas piedras, un humedal repleto de olores deteriorado por el tiempo y sumercé, que era a quien menos quería ver, no porque la odiara sino porque pienso que ese blanco hueso no se le ve bien, también recuerdo que le había otorgado responsabilidades a los fines de semana que son sagrados para cualquier cristiano, pero que aun así entregaba un sábado a trabajos que se pagaban con sonrisas o con reconocimientos populares, cada día sabatino a las dos de la tarde caminaba al barrio. Allí uno acostumbraba a encontrar niños trepados en los árboles, o jugando a ganarse una enfermedad en el humedal, otro gremio de pequeños correteando a los perros y uno que otro chino del mismo color del polvo, adultos en las puertas tomando tinto o “pola”, algunos perros que olvidaron su color de origen, el ladrón del barrio saludando a los vecinos mientras caminaba con sus parceros fumando marihuana y un indudable lenguaje de sonrisas que se intercambiaban cuando lo veían llegar a uno.
– Profe espéreme ya voy – me decían algunos mientras iba entrando en usted, bendita entre todas las viviendas, por fuera llena de tatuajes y por dentro toda una historia de lucha y resistencia.
Fotografía: Cristian Galvis
¡Ay señora casa!, me llamaba la atención su posición sobre la tierra por el hecho que siempre había sol, siempre. Al inicio me pareció amigable y bella por las marcas que llevaba, pero al entrar me causaba curiosidad y un poco de intriga ver tantas piedras en fila y una que otra en costales, además de tener un Bolívar pintado en una de sus paredes y a mí me han dicho que eso es de revoltosos y revolucionarios, pero no es tanto culpa del Bolívar, son las dos variables que esto conlleva, por un lado está el creer en las palabras del gran libertador, para así defender causas justas por situaciones injustas y por el otro está el hecho de ser tildado “mamerto” por asumir una posición política y usted sabe señora casa que una es más peligrosa que otra, que coman mierda los que tienen que comerla pero mi reputación mi doña, mi reputación. Pero bueno, siguiendo con el cuento, me acuerdo que usted guardaba en el primer piso un espacio improvisado destinado para talleres artísticos, los muebles embutidos compartían angustias con los baldes de pintura mientas que los libros convidaban a los debates y reiteraban la invitación del Bolívar de la entrada, pero todo este escenario improvisado comprobaba que usted estaba tratando de ocultar su principal funcionalidad que es hacer de casa para una familia, no para un barrio ¿Por qué? No lo sé, sin embargo usted me permitía un espacio para guiar un impulso tan natural que es el de la pintura y debo serle sincero a estas alturas, pintando me va bien pero enseñándolo no tanto, pero bueno, mientras yo pintaba con mis amigos no podía pasar por alto el hecho que en el segundo piso dormían sus dueños, agotados por una lucha que evidentemente nunca ganarían, usted sabe que no todos entienden ese lenguaje de la risa y prefieren traducirlo a billetazos.
¿No se acuerda de mí? ¡Si yo venía a visitarla cada sábado!... antes de ser blanca usted… bueno… ¿se acuerda del mural?... ¿fueron los gases verdad?... déjeme, yo le cuento. Un Jueves muy de mañana me llamó mi hermano – parce arranque ya pa´ la casa cultural que parece que nos van a sacar, lleve la cámara – el pánico consume hasta el más duro roble ¿sabe? Pese a esto hice el mismo recorrido de los sábados pero esta vez levitaba entre tanto ruido, alguien me despertó entre tanto despelote – su hermano me dijo que registráramos todo – hablo una compañera – nos toca esperar acá donde el vecino que nos dio puerta – a un muro de distancia se encontraba usted de mi posición, y desde ahí todo fue un hijueputa sueño inducido por el agua y los gases, ¿sabe que fue lo más grave? unas molestas gotas que salieron de mis ojos, caían queriendo ser bombas de medio tiempo pero no eran más que agua que refrescaba y daba aliento a quien venía a ”acabar con la plaga”, a esos mismos algunos les alentaban con arengas escritas en dos cuartos y decían así “hijueputas, asesinos, cerdos malparidos”, todo esto se mezclaba para obtener eso que va entre la garganta y las manos, que algunos expertos lo llaman impotencia, sustancia que empecé a sentir cuando escuche a diez cantando, como cuando uno canta por orgullo, de ese que se siente cuando uno muere de pie.
Era como un náufrago ver tantos retazos de madera y cartón que alguna vez fueron pintados por mis amigos en el piso y en el agua - Profe no se preocupe, que yo todos los días voy a cuidar de la huerta – ¿Cómo decirle que el problema no es usted? es la situación, es el barrio. Y aparece de nuevo ese sabor a nostalgia que logro traducir en un abrazo para no hacer llorar a mis amigos, ¿estudiantes? No, amigos.
Usted fue de esos amores malditos, nada parecido a Neruda o a Benedetti, algo más de Bukowski y un poco de Frida, como cuando alguien decide enamorarse de la vida después de viejo, como cuando duele más la ausencia después de los efectos de la presencia, como cuando la enfermedad le recuerda uno lo feliz que se fue. Ahora me odio, por enamorarme de usted aun sabiendo que la iba a perder, pero le amo porque en su interior me convencí de mi profesión y aprendí a amar a quien se ríe entre tanta mierda. ¿No se acuerda de mí? Espere un momento ahora entiendo el problema, lo logré comprender después de relamer el texto del porque usted no se acuerda, y es que usted no es a quien vengo a buscar, es a mis amigos a quien debo buscar ya que en cada uno de ellos está un pedazo de ella, ya vengo voy a ir a reconstruirla."