La sociedad contemporánea nos permite, a través múltiples entradas de información, tomar elementos y escoger los que más nos convengan (o queramos) para conformar nuestra identidad, al igual que nos permite aceptar o confesar partes en nuestro interior que antes pertenecían al campo del inconsciente. Esta configuración hace que cada vez nos diferenciemos más de nuestros semejantes, partiendo de la idea que ya no hay verdades absolutas, pueden aparecer matices casi como aparece un nuevo comercial en tv.
Las identidades que se generaban dependiendo de una nacionalidad, una religión o un grupo social al que pertenezca un individuo van desapareciendo, a la par que son aceptados los diversos puntos de vista que toman argumentos de diversos relatos. Con la muerte de los metarelatos, como lo llaman algunos autores, se rompen (en la teoría) las clasificaciones que permitían encasillar a una persona dentro de límites fijos, ya que, en palabras de Pere Saborit “cada vez disponemos de menos tarjetas simbólicas de representación”, lo que lleva a que cada individuo tome elementos de diversas fuentes para configurarse a sí mismo y generar una diferencia (más allá de la raza, nacionalidad y religión) hacia sus semejantes.
“Al igual existe un juego en las sensibilidades individuales de las personas; su origen, sus estudios, su familia, sus actividades etc, generan un marco a través del cual percibe el mundo y lo siente de manera particular.”
Pero querer ser diferente al otro y evitar contactarse con él sin perder la propia imagen; sin que dejen de saber que se está ahí; no sólo se evidencia en la configuración subjetiva de una identidad, se practican estos juegos en espacios comunes, donde se evita la relación con el otro sin dejar de pertenecer al lugar, “la orientación de los asientos en las salas de espera (en hospitales, estaciones de tren o aeropuertos), cada vez más estaría pensada para evitar sentirse violentado por una mirada directa de nuestros semejantes” (Saborit, 2006)
Ahora bien, las personas buscan diferenciarse mucho y relacionarse poco con los demás, en un juego de acercamiento y alejamiento hacia el semejante. Al igual existe un juego en las sensibilidades individuales de las personas; su origen, sus estudios, su familia, sus actividades etc, generan un marco a través del cual percibe el mundo y lo siente de manera particular. Por eso es difícil rastrear qué elementos conforman las sensibilidades de cada individuo, no solo se debe tener en cuenta qué elementos interioriza y a cuales se acerca, también qué elementos niega y de cuales se aleja.
“A través (…) de saberes como el psicoanálisis, la etología, o la antropología, se ha extendido la idea de que en cualquiera de nosotros habita un niño, un loco en potencia, una parte animal o una parte femenina”
No hay que aceptar al otro solamente cuando lo vemos como reflejo de nosotros mismos, ya que “En todo caso el otro se acepta sólo tras moldearlo a nuestros intereses. Si el café se toma sin cafeína, y la cerveza sin alcohol, al otro se le tolera sin verdadera alteridad” (Saborit, 2006), hay que hacer un esfuerzo para reconocerlo, para no aceptarlo sólo nominalmente, debemos buscar las formas de entendernos como individuos hiperindividualizados sin dejar de vista que hacemos parte de una sociedad que necesita de más trabajos colaborativos para no ver al semejante con sospecha y como un competidor, sino como un compañero y un igual.
El trabajo artístico colaborativo permite que esas diferentes sensibilidades y puntos de vista se unan para generar piezas y procesos que a partir de una interdisciplinariedad, nos muestren soluciones estéticas, teóricas o investigativas que lleven la experiencia sensible un paso más allá de la mera exposición.