Suicidio: (según la RAE)
(Voz formada a semejanza de homicidio, del lat. sui, de sí mismo, y caedĕre, matar).
1. m. Acción y efecto de suicidarse.
2. m. Acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza.
Muchas personas pueden pensar que el suicidio es un medio por el que optan solamente los cobardes para huir de los problemas, pero en realidad se necesita mucho valor para morir.
Hace muchos años existió una leyenda que hablaba acerca de un misterioso lugar llamado Sempiterno, un jardín que se adapta y responde a los deseos de muerte de aquellos que quieren terminar con su vida. En aquel jardín existía un árbol llamado el Lignum Mortem, dicen que al ser arrastrado al jardín el árbol se encargará de ser tu morada eterna y de acoger tu cuerpo y tu alma.
Alice
Ilustración: José Fabian Rondón Campos ilustrador, diseñador (jof)
Una niña en silencio, observa su ventana, dime... ¿qué ve?
Su cuerpo retorciéndose de cabeza sobre una almohada, ¿Qué pasa por la mente de aquella niña?, No debo respirar... no puedo respirar. Su realidad y vista están de cabeza, su mente la impulsa a seguir cayendo. No puedo respirar... no debo respirar. Se para rápidamente. Respira hondo y contempla la lluvia. Qué maravillosa vista tiene desde su ventana, un contraste de grises, azules, y rojos opacos se posa ante sus ojos. Pero hace demasiado frío para salir. La oscuridad de su habitación cada vez es más distante del paisaje. Pronto anochecerá, pronto la niña se encontrará sentada, observando la pared, con miedo, con inquietud, con un sentimiento que recorre todo su cuerpo. Y al final... se engancha a su corazón. Tiritando. La niña escucha una voz, “Ven, camina por aquella puerta”. Curiosa, la niña se pone en pie y cruza la puerta. “¡Por aquí!, rápido”. La niña corriendo persigue la voz hasta un árbol robusto y viejo. “Mira hacia arriba”, al levantar la cabeza, la niña se encuentra con un cadáver colgante, aterrada, pestañea. Cuando abre los ojos no siente su cuerpo. Baja la mirada y se haya colgada.
Esta fue la primera muerte... la primera chica.
Allanys
Ilustración: José Fabian Rondón Campos ilustrador, diseñador (jof)
Aquel día fue el último día de verano y uno de los más calurosos de todo el año.
Un día tan caluroso que ella no quería salir de la ducha, sentir el agua corriendo por su cuerpo y rodeándola la mantenía con vida, sentía como su respiración se estancaba y como el agua se volvía más y más turbia alrededor de una pequeña herida abierta. Le dolía el pecho. Sentía como sus costillas se apretaban tensionando el músculo y como su herida sangraba lentamente. Un reflejo se había colado en su bañera, un texto, “…sumérgete…”, sin pensarlo, sumerge su cabeza en el agua. Una luz destella en el fondo de la bañera, pero justo cuando se dispone a ver de qué se trataba el aire se agota y levanta su cabeza, al tomar su primer respiro divisa un árbol. Se encuentra en un estanque. Extrañada, se intenta parar… pero descubre que, al moverse, el estanque la detiene y la jala. Aterrada, se queda quieta sintiendo el agua, su herida ya no sangra y el agua que la rodea permanece tan cristalina como un espejo. Es tan hermoso que decide acercarse un poco más para ver su reflejo de una manera más pura e inocente. El agua la arrastra al fondo y la deja inmóvil en el árbol.
Esta fue la segunda muerte... la segunda chica.
Adamaris
Ilustración: José Fabian Rondón Campos ilustrador, diseñador (jof)
La música sonaba a todo volumen, incluso si la canción no era de su preferencia, la escuchaba una y otra vez.
Opacando el sonido de su respiración. Aquella señorita sólo pensaba en cuál era la siguiente canción en su álbum, su mente estaba vacía, pero no podía esperar a llenarla con algo de la nada. Hasta que a su cabeza vino un sentimiento que llenó cada rincón de sombras. No encontraba sentido en seguir esperando cada canción ni en ver que seguía, su pensamiento se paró. Tenía un sentimiento de curiosidad hacia el presente, siempre se preguntó cómo sería el futuro, olvidándolo todo y dejándolo de lado. Comenzó a recorrer su cuerpo una sensación de sed, decidió ir a tomar algo, un hambre insaciable la llevó hasta su cocina. Al abrir la puerta de su cuarto, notó que el corredor de su casa era diferente, pasó un rato pensando si continuar, escuchó una melodía resonando en el interior de aquel extraño corredor y avanzó. Se encontró en un pequeño jardín, rodeada de dulces y pequeñas pastillas, todas se veían deliciosas, también había jugos de diferentes sabores, tomó un poco de cada cosa y saboreó cada dulce. De repente sintió como su cuerpo ya no le respondía, no estaba respirando correctamente y veía borroso. La señorita calló muerta al piso, intoxicada por detergente y veneno. Durmió una siesta eterna al lado izquierdo del árbol de aquel jardín.
Esta fue la tercera muerte… la tercera chica.
Abelia
Ilustración: José Fabian Rondón Campos ilustrador, diseñador (jof)
El bosque se veía mejor que de costumbre, era callado y pasivo, una sensación de tranquilidad la invadía al ver a su alrededor.
Un maravilloso matorral se asomaba tras una cortina de árboles y arbustos, el verde resaltaba sobre todos los colores. La joven había despertado de su siesta bajo un árbol, la sombra cubría todo su cuerpo, así como su mente. Sentía como una brisa agitaba su cabello y cómo le recorría la piel. El viento opacaba toda sensación, lo único que sentía aquella joven, era el susurro de la brisa. “…camina… adelante…párate…”. La joven creyó estar alucinando, hacía mucho no dormía y podría estar escuchando voces en el viento. “…adelante…corre…”. Aterrada, la joven cerró fuertemente sus ojos, esperando que la voz cesara. “…vamos… ¿qué estás esperando?, ábrelos”. Al abrir los ojos la joven se vio en el centro de un pequeño laberinto. Las paredes estaban enlazadas por ramas secas y espinas. “Intenta escapar, sabes cuánto deseas ser libre”. El miedo invade el cuerpo de aquella joven, desesperada por salir, corre sin rumbo chocándose contra las paredes. Las espinas se entierran en su piel y la rasguñan cada vez haciéndole más daño. Después de un rato la joven se haya muy lastimada, cansada y sin poder moverse. “Mira, una luz”, la joven levanta la cabeza y se encuentra con el final del laberinto. Un barranco que lleva a una laguna cristalina y justo al lado un gran árbol. Y ahora, el único camino que queda es saltar. La joven camina tranquilamente, por fin es libre, avanza y cae, queda en una rama de aquel gran árbol por la eternidad.
Esta fue la cuarta muerte… la cuarta chica.
Agatha
Ilustración: José Fabian Rondón Campos ilustrador, diseñador (jof)
Una ligera brisa se sentía por todo el cuarto.
Sentía como un escalofrió recorría cada parte de su cuerpo, como el frio la tomaba y la estrechaba en sus brazos. Se robaba su aliento, se robaba cada pensamiento que rondaba por aquel entonces en su cabeza. Sentía como el calor era necesario y, aun así, prefería encerrarse en aquel frio abrazo. “Bienvenida, te esperábamos, todos estamos aquí”. Sorprendida y un poco antipática, desvió la mirada de aquel lugar. Un silencio reinó en aquel jardín, un silencio que solo era roto por el viento y un crujir. Un brillo peculiar se notó en su mano, sostenía un pequeño cuchillo. Lentamente deslizó el cuchillo hasta su tórax y lo introdujo en su abdomen. El crujido se hizo aún mayor. En su rostro apareció una mueca parecida a una sonrisa. Deslizó el cuchillo una vez más, esta vez en su brazo derecho, prosiguió con su muñeca y terminó con su garganta. Cuatro ramas cubiertas de sangre sobresalieron de su cuerpo. Una sonrisa y una lágrima quedaron dibujadas en su rostro mientras reposaba enterrada en la copa del árbol.
Esta fue la quinta muerte… La última chica.