"Turno 37", dijo ella con una voz que para mis oídos fue como el trinar de los mirlos en las mañanas de primavera. Ese tono alto y grave que cubría toda la sala de espera me trasladó hasta lo más alto del cielo y me trajo de regreso a la Tierra en solo unos segundos. Esta sensación solo fue perturbada por un hombre que afanosamente acomodaba unos papeles y se dirigía hacia una de las cajas que manejaban los asesores del banco.
Los bancos son lugares en los que uno no puede generar un arraigo o una identidad, pues nunca uno se encuentra con una persona allí más de una vez, y siempre es un sitio al cual las personas prefieren evitar por la burocracia y la espera, así como la pérdida de tiempo que allí se genera. Uno va al banco solamente cuando tiene que hacer alguna transacción importante o cuando los medios telefónicos y virtuales no funcionan y no hay otra opción que ir personalmente a solucionar las inquietudes que uno tiene frente a cómo manejan el dinero que uno deposita en esos lugares.
En esa situación, nadie puede perderse en un libro, nadie puede ponerse a chatear o a jugar en su teléfono, pues debe estar pendiente de que el número de su turno aparezca en las pantallas y ver a qué módulo le toca llegar, casi corriendo. Afortunadamente, esto ya no sucede así. Parece que algo en ese sistema tecnológico ha fallado, y le toca a ella anunciar cada uno de los turnos. Con ansias espero que llegue al 52. Cuando me dieron ese turno, apenas iban en el 12. La pérdida de tiempo es abrumadora.
Ese tono alto y grave que cubría toda la sala de espera me trasladó hasta lo más alto del cielo
Este suceso, que para mí es afortunado, puede que para otras personas no lo sea. Pero después de haberla visto más de 20 veces salir y anunciar cada uno de los turnos, no puedo evitar pensar en lo que significaría enamorarse. Las primeras veces solo escuché su voz, con un tono firme y autoritario comparable a las filas de los soldados que marchan hacia una guerra. La gravedad de su voz azota todo el lugar como una suave nube que llama la atención de cada una de las personas que voltean a mirar cada vez que ella anuncia un nuevo número.
Creo que fue hacia el número 18 cuando levanté la mirada y la vi. Cuando me cautivó su cabello que parecía el oscuro lienzo del cielo visto desde una alta montaña, donde se distinguían toda la Vía Láctea y todas las estrellas como puntos blancos en su melena. Ese cabello revuelto no hacía más que reforzar la idea que tenía sobre la posible dulce personalidad que tendría esta burócrata.
"Turno 38", gritó tan dulcemente que su delicada voz llamó la atención de un pequeño niño que empezó a llorar, quizás por no saber de dónde venía o tal vez porque le recordaba la voz de su madre, una madre tan abnegada que lleva a sus hijos a un banco a pesar de lo estresante que podría ser para los dos.
"Turno 38", volvió a gritar y el girar de sus ojos elevó mi alma hasta las estrellas. Las pequeñas expresiones que realizaba mientras masticaba ese chicle con la boca abierta y el labio levantado me hacían pensar en lo más profundo de mi ser si el amor realmente existe. Pues esta sería la prueba de la perfección, lo que derrumbaría siglos de avances de la ciencia, solo porque demostrarían la existencia de un Dios.
Su ceja derecha levantada quizás por la espera o tal vez solo se veía así porque tuvo un mal día con su maquillista. Sus labios de un rojo profundo con algunos pequeños grumos de labial contrastaban con sus hermosos dientes que parecían tener un pequeño velo que los cubre y los diferencian radicalmente del blanco de las paredes del banco. Los llevan a uno a pensar en aquella joyería de oro amarillo y perfecto que podría salir de las más profundas cavernas que han hecho los humanos para extraer tal precioso mineral. Solo comparable con la hermosura de aquella funcionaria burócrata que está parada frente a mí.
el girar de sus ojos elevó mi alma hasta las estrellas
"Turnos 39 y 40", dijo mientras volvía a llenar la sala de espera con la dulce y paciente voz que usaría una persona encargada de encaminar a los niños a ser personas que puedan servir a la sociedad, como una maestra o guardia de una correccional.
Sus brazos cruzados y el movimiento de su pie al ritmo de dos golpeteos al piso por segundo no hacían más que trasladarme a los más paradisíacos escenarios en los que alguien con tal actitud burocrática podría despertar los más profundos deseos. Ver cómo explica a las demás personas que tienen problemas técnicos mientras con expresiones delicadas gira sus bellos ojos hacia arriba. Como dulcemente mira a las personas de arriba abajo antes de responderles con sus delicados sonidos que hace entre el chicle y su boca, y de su aliento unas pequeñas gotas salen expulsadas. Cual escarcha brillante que cae en las calles en las frías noches de invierno.
Un rápido pensamiento recorre mi cabeza. Si aquella mujer tendrá esa delicada actitud también fuera del banco o si simplemente es por su entrenamiento en la buena atención al cliente. Si aquella figura única, que se diferencia radicalmente de esas cajeras erguidas, altas y delgadas, responde solamente a la buena imagen que debe dar al banco o si también será así en su cotidianidad cuando descanse en su casa. De las curvas más bellas de esta mujer, la de su espalda es única.
Creo que debería poner atención a los turnos. No sé si ya perdí la cuenta mientras yo me perdía en la imagen de esa burócrata de cabello enmarañado y estampa encorvada.
"¿Qué? ¡Maldita sea! ¡Nadie se enamore en la fila del banco!”