– ¿Por qué no te lanzas al vacío y descubres lo que más allá existe?, ¿por qué reúsas a finalizar tu dolor, tu soledad, tus delirios, tus incalculables penas, tú ya invencible soledad? –Le dijo su mente. ¿Cuál es dicha razón meritoria de los actos más decadentes de todos; vivir estando muerto?
– Es simple –dijo lánguidamente–, aún no asesino a alguien.
– ¿Y cuando asesines entonces, proseguirás asesinando al ser más despreciable de todos, al motivo de tus delirios? –preguntó con vos profunda y taciturna.
– ¿Quién es tal, merecedor de mi último acto en el sendero de los muertos? –preguntó con los ojos entreabiertos y moribundos.
– Tu.
– Así será, es tiempo de pagar mis deudas con el olvido, tiempo de ver a la muerte a los ojos nuevamente y ofrecerle un trato, uno que no rechazará, mi alma por toda la eternidad a cambio de verla por última vez. Sintió deslizarse en sus mejillas ese líquido transparente, puro, cálido y agrio, brotándole como a un niño ante un miedo imponente. Caminó hacia la librería, tomó una botella de whisky nueva, una copa y se dirigió a la silla ubicada frente a la ventana, sentado con las huellas de un llanto indiferente en sus mejillas se sirvió whisky moderadamente, descansó la botella sobre una mesa junto a él y Bebió de la copa muy suavemente con los ojos cerrados, como en los días en los que bebía pensando en la vida, la vida que por ese entonces tenía. Pensaba en ella, fue cuestión de minutos para que le contestara a los recuerdos, pero poco antes su mente lo interrumpió.
– ¿Por qué ella?
– Ella tiene mi corazón y yo gran parte del suyo –dijo contemplando las estrellas, la luna y el reflejo de su alma–, ahora si me disculpas me llaman los recuerdos. Cerró sus ojos y contestó.