Calor. ¿Dónde, hay playa?
Quiero responder sin pantallazo.
En esta humedad que me rodea, este mar,
me he llenado de tanta palabra de plástico,
que el calor al exhalar me hace silicona.
Cada mala noticia, una distorsión y trivia.
Amenazas escalan de mis ojos a oídos
en puesta escénica densa:
¡pero es todo por viejas alianzas! ,
unos países que hoy son meme, donde los misiles se encienden por CoraFavs
y vuelan sobre mi coronilla.
¿Qué serie me define, que Netflix me explica?: ¿dónde, dicen que pasó?
Lanzamos juicios como niños prometen futuro:
cara sos vos en el siglo XX, sello soy tú en 1988.
Incineración.
Feliz cumpleaños.
Enfrío el sabor a agua salada con un poco de ginebra o vodka.
Un par de ojos firmes de ira, con hambre de vuelo al final de una reunión.
Sí,
esta memoria la patrocina una cosa imitando algún lugar del Ártico sin derretir;
un objeto dramático entre neón y freón en el vaso.
Esa tensión de desgaste, líquido,
y entonces es mi encía como un refugio frío,
una promesa de gloria en trozos.
Calles llenas de pasos y pavos envueltos en maquilas.
Pisando sólido,
y con la invencibilidad de esos gritos que marchan.
Mis compañeros de clase se forjaron en ojivas,
se frotan entre sí al caminar, sin saber en qué idioma
van a pronunciar
"nosotres no amamos esto más".
Y estallan vidrios, y caen desde lo alto.
Sobre cosmopolitas,
o parroquiales.
No eran gotas sobre mí,
eran todos esos marcos hambrientos,
cayendo,
en su mínima y afilada
expresión.