Es domingo en la tarde, un domingo cualquiera, un domingo cálido, un domingo que se ilumina en los ojos verdes de mi mamá y en el que vuelvo a la constante rutina de entender el mundo a través de los recuerdos y, ¿por qué? porque ¿qué es la vida sino los momentos que vivimos y de los que nos alimentamos una y otra vez?... Es entonces cuando me remito a varias de las explicaciones más oportunas que siempre tengo, a esta hora –en la que escribo esto- al cine: “El pasado es sólo una historia que nos contamos a nosotros” De la increíble Her del señor Spike Jonze. Me cautiva el pensar en una sola vida con millones de recuerdos, varias vidas que se unen para llenarse de recuerdos colectivos e individuales, como tal es la rutina de los días, de la compañía, del significado de estar, de atesorar y cultivar probablemente lo que es para mí el bien más preciado: la memoria.

Es en la memoria donde existe todo, todo lo que es, lo que fue, lo que lo hace ser. Ahora, vayámonos al espacio reproductor de la memoria, imagine usted un recuerdo, cualquiera, el primero que se le venga a la cabeza y por más insignificante o al contrario significante que sea, éste llega cargado de infinitas sensaciones que conectan lo que vivió a cómo lo está recordando o probablemente a otro recuerdo. Por ejemplo, quise irme a uno de los recuerdos más tempranos que tengo en la vida y es uno de mis momentos de preescolar en el jardín “Lluvia de Colores” jardín custodiado, guiado y creado por mi mamá en la casa de mis abuelitos –Ésto, de grandísima relevancia porque fue allí en esa casa donde con los secuaces de mis primos y hermanos, pasamos los mejores momentos infantiles, a mí parecer- Y vuelvo al momento por el olor del tajalápiz, una y otra vez sucede, estoy en esos salones, hay ecos de un lugar a otro de todos esos gritos, de cada uno de esos seres que llenaron de vida ese lugar, de las mesas y las sillas moviéndose y las pelotas golpeando el suelo, tengo las manos llenas de ampollas, los cordones sin amarrar, el afán y juego de esconderse antes de que apareciera la profesora, el que llegara el almuerzo, el abrir la lonchera de Disney, pero sobretodo el ver el espacio tan grande, sentirme tan pequeña y reconocerme, reconocerme allí.

 

“imagine usted un recuerdo, cualquiera, el primero que se le venga a la cabeza y por más insignificante o al contrario significante que sea, éste llega cargado de infinitas sensaciones que conectan lo que vivió”

 

Es particular la manifestación de los recuerdos en cada uno, el cómo se recuerda y cómo se cuenta, e increíble pensar que de los casi 7’000.000.000 millones de personas que somos en este pequeño fragmento de espacio -también conocido como la tierra- existan miles de millones de momentos reproduciéndose uno tras otro, sin parar, infinitos recuerdos que, en mi ingenuidad, quiero creer son los que hacen significativa la vida. ¡Qué gran memoria tiene el mundo!

Entonces vuelvo a la “obertura” con la que inicié, el pasado es una historia que nos contamos una y otra vez, o volviendo a las grandes referencias, como escribió y dijo Gabo “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla” Y hoy, siendo una más, una historia entre muchas en el mundo, tengo el deseo y el deber de querer recordar y plasmar mis momentos, porque es un tema que siempre me ha cautivado y es un placer que comparto con grandes seres merecedores de recuerdos. Así, como el recuerdo de una tarde de un domingo cualquiera, un domingo cálido en la que cuatro sujetos y una perra saltaban alegremente en un viejo colchón sin pensar en nada más que en eso (seguramente la gran Nani lo disfrutaba más) Y, hace mucho dejaron de ser niños, hace mucho fue que tuvieron sus primeros recuerdos, pero, uno más hizo estremecer esas vidas, uno más es un recuerdo conjunto para todos y eso NUNCA sobrará.  

 

 

Ilustración: Luisa F. Rojas - lu.rojas93@gmail.com reysaurus.tumblr.com/ facebook.com/reysaurus/  instagram.com/reysaurus/ behance.net/reysaurus