Estaba oscuro cuando salí de mi casa aquella noche. El viento susurraba entre los árboles de la inmensa llanura, creando una melodía inquietante que erizaría la piel a cualquier desprevenido. La luna apenas se asomaba entre las nubes, proyectando sombras grotescas sobre el suelo. Aunque sentía un nudo en el estómago, no podía evitar adentrarme más y más en el oscuro sendero.

Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba por el camino solitario. Los grillos llenaban el aire con su canto, pero pronto ese sonido fue silenciado por otro aún más perturbador: un silbido en mi oído. "¿Quién eres?", pregunté, pero no hubo respuesta. El silencio era abrumador, sólo interrumpido por el sonido de mis propios pasos.

De repente, una figura se alzó frente a mí. Estaba paralizado por el terror mientras observaba sus ojos, brillando con una malevolencia indescriptible. Mi garganta se cerró, y el miedo me impidió gritar. Intenté correr y mis piernas no me obedecieron.

 

 Me volví una sombra de mi antiguo yo, consumido por el horror que me rodeaba

 

La figura se acercó lentamente, con pasos silenciosos. Sentí un aliento frío y rancio en mi rostro, y una sonrisa siniestra se dibujó en su cara. Mi mente gritaba de pánico mientras susurraba algo ininteligible. Solo lograba escuchar un sonido característico de uno de los espantos mas conocidos de la región donde crecí.

En ese momento, mi mente se nubló y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Mis recuerdos se desvanecieron y fui arrastrado hacia una oscuridad indescriptible. Al despertar, me encontré en un lugar desconocido, atrapado en un abismo sin fin. Intenté gritar, pero mi voz se perdió en el vacío.

Días, semanas, tal vez meses pasaron sin sentido. Me volví una sombra de mi antiguo yo, consumido por el horror que me rodeaba. Pero entonces, un día, algo cambió. Una figura familiar apareció frente a mí. Veía el rostro de las personas que siempre vivieron alrededor mío, pero antes de que pudiera reconocerlas o poder hablar con ellos para pedir ayuda, todo se desvanecía y se transformaban en esa figura malévola que me perseguía. Su sonrisa era más grande, sus ojos más oscuros. Me di cuenta de que nunca habían sido ellos.

Mi mente se quebró. ¿Había estado todo en mi cabeza? ¿O acaso el silbón me había atrapado y torturado hasta enloquecer? Nunca sabré la respuesta. Pero ahora, aquí estoy, atrapado en esta dimensión oscura y sin esperanza, deambulando en las calles sin saber si es día o noche, sin poder salir de mis pensamientos confusos.