Hola, espero alguien lea esto en algún momento, me llamo Camila y he sobrevivido al apocalipsis en Bogotá. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, pero cada día es una lucha por mantenerme viva. La ciudad que conocí ya no existe, ahora es un lugar desolado y peligroso.
La Plaza de Bolívar, alguna vez el corazón de la ciudad, ahora es un terreno baldío lleno de escombros y desechos. La Catedral Primada de Colombia es ahora un edificio en ruinas, y la Torre Colpatria se ha convertido en una estructura de acero y concreto retorcido.
La falta de electricidad y agua potable es una constante en mi vida. Me levanto temprano todas las mañanas para buscar agua en el río cercano. Hay peligros en el camino, pero es la única forma de conseguir agua limpia.
Los edificios y casas han sido abandonados, y la gente se ha visto obligada a vivir en refugios improvisados. Hay comunidades que se han formado en los lugares más inesperados. En un antiguo cine, ahora hay familias enteras que duermen en las butacas. En las calles, algunos han construido pequeñas cabañas con materiales que han encontrado en los escombros.
“…cada día es una lucha por mantenerme viva.”
Los recursos son escasos, y la comida es una de las cosas más difíciles de encontrar. Me he visto obligada a buscar comida en lugares que antes no consideraría. En el Mercado de Paloquemao, una vez lleno de vida y color, ahora es un lugar desolado donde la gente lucha por conseguir lo poco que queda. La mayoría de las tiendas están cerradas y las que están abiertas venden productos de mala calidad y a precios exorbitantes.
La falta de gobierno y orden ha llevado a una situación de anarquía en la ciudad, bueno, tampoco es que haya cambiado mucho la situación de desgobierno, creo que la gente de antes no habría pensado que la ciudad podría estar peor. Hay grupos de saqueadores que recorren las calles en busca de víctimas. Me he encontrado con ellos en varias ocasiones, y he tenido que correr por mi vida. A veces, incluso las personas en las que confiaba antes pueden convertirse en peligrosos enemigos.
En medio de todo esto, he aprendido a sobrevivir. Me he vuelto más astuta y más fuerte. Ahora sé cómo encontrar comida y agua, cómo evitar a los saqueadores y cómo construir refugios improvisados. Pero la angustia nunca desaparece. Cada día es una lucha por la supervivencia, y no sé cuánto tiempo más puedo seguir así.
A pesar de todo, hay una pequeña llama de esperanza en mi corazón. A veces escucho rumores de que hay lugares en la ciudad donde la gente ha logrado reconstruir una vida normal. He escuchado historias de comunidades que han creado sus propias fuentes de energía y agua potable, de agricultores que han cultivado sus propias tierras y de médicos que han vuelto a atender a los enfermos.
“La Plaza de Bolívar (…) ahora es un terreno baldío lleno de escombros y desechos”
Sé que estas comunidades existen, pero no sé cómo llegar a ellas. La ciudad es peligrosa y cada vez que me aventuro más allá de mis zonas conocidas, corro el riesgo de perder la vida.
Pero no puedo seguir viviendo así para siempre. La supervivencia no es suficiente. Quiero encontrar un lugar donde pueda vivir con dignidad y seguridad, donde pueda volver a sentirme parte de una comunidad y tener una vida más allá de la mera supervivencia.
Así que decido arriesgarme. Me preparo lo mejor que puedo, tomo algunas provisiones y me aventuro fuera de mi refugio. La ciudad es más peligrosa que nunca, pero estoy decidida a encontrar esa comunidad que he oído hablar.
Cruzo el río y camino hacia el norte de la ciudad. Paso por lugares que antes eran hermosos, como el Parque de la 93, ahora convertido en un cementerio de autos abandonados. Me escondo detrás de escombros y edificios en ruinas para evitar a los saqueadores que deambulan por las calles.
Después de un largo camino, finalmente llego a una zona de la ciudad que parece diferente. Las calles están más limpias y hay menos escombros. Hay personas trabajando en huertas y otros arreglando edificios. La gente parece más feliz y segura.
Me acerco a un grupo de personas y les pregunto sobre su comunidad. Me explican que han logrado reconstruir una pequeña parte de la ciudad y han creado una comunidad autosuficiente. Tienen su propia fuente de agua y energía solar, y han logrado cultivar sus propios alimentos.
“…el Parque de la 93, ahora convertido en un cementerio de autos abandonados.”
Me invitan a quedarme y unirme a su comunidad. Al principio, me siento un poco desconfiada. Después de todo lo que he vivido, ¿cómo puedo confiar en estos extraños?
Pero finalmente decido aceptar su oferta. Me doy cuenta de que es hora de dejar atrás mi vida de supervivencia y comenzar una nueva. Me uno a su comunidad y comienzo a trabajar con ellos. Juntos, construimos una pequeña casa para mí y para otros nuevos miembros.
Poco a poco, comienzo a sentirme en casa. Aprendo a cultivar mi propia comida y a trabajar en la huerta. Ayudo a reparar edificios y a construir nuevas estructuras. Me vuelvo parte de la comunidad y finalmente siento que tengo un propósito.
La vida no es fácil en la comunidad, todavía hay desafíos y peligros. Pero ahora tengo una familia y una comunidad que me apoya. Juntos, hemos logrado sobrevivir al apocalipsis y estamos trabajando para construir un futuro mejor.
Mientras miro hacia el horizonte, pienso en todo lo que hemos perdido en la ciudad. Pero también pienso en todo lo que hemos ganado. Hemos aprendido a sobrevivir, a confiar en los demás y a trabajar juntos. Y eso es algo que nunca olvidaré, sin importar lo que el futuro nos depare, tal vez era necesario que las ciudades se destruyeran para encontrar algo bueno en la humanidad.