Los que tocan la carranga 

En su gran mayoría son de origen campesino y han vivido su infancia y gran parte de su juventud en los campos de Boyacá. Han tenido el privilegio de arar la tierra y producir la papa y el trigo (Productos típicos de la región), y de disfrutar de todas las demás facetas de la vida campesina, pero en algún momento de sus vidas han querido o han tenido que partir del campo a la ciudad. Algunos pocos se han quedado en Tunja que es no salir de su tierra pero casi todos han partido hacia la ciudad de Santa Fé de Bogotá. (Panoe, 1999: 93)   

El aprendizaje es empírico, no hay escuelas carrangueras en el sentido convencional. La carranga se aprende en las casas y en los campos de Boyacá, eso no significa que sea música mediocre o con falta de nivel interpretativo, al contrario, es bastante compleja. Aprender carranga es volver a la tradición oral, es rescatar las coplas que las abuelas declamaban mientras hacían las arepas y el chocolate para las onces. 

 

Vida que no es estática o lineal, sino que da vueltas, lo revuelve todo y se le escapa a las definiciones lógicas o formales.

 

Canto y canta se me vienen
por herencia y porque siento
hacer de mi pensamiento
parte de la mesma vida
y ella como es entendida
lo coge y me lo degüelve,
endespués que lo regüelve
con el otro’e los demás
pa que yo siga al compás
de lo que pasa y sucede
qu’es com’una canta puede
salir siempre ras con ras.

La canta es la mesma vida,
por eso, cuando se canta,
uno siente qu’es el tiempo
que sale por la garganta,
que sale y que va saliendo,
que sale y nunca se acaba;
tal vez en eso consiste
el secreto de una canta.

Qué viva el canto y la canta,
qu’el canto y la canta vivan,
porque son la retentiva
de mi diario acontecer
y si los llego a perder
tuitico se me derriba. (Velosa, 2009: 3)

 

El tiempo no es lineal, ni es un concepto abstracto o supra-terrenal, al contrario, sale por la garganta del carranguero, no tiene un final...

 

Es la carranga en su contenido herencia y sentir. Es el pensamiento vivo, es la misma vida que se manifiesta. Vida que no es estática o lineal, sino que da vueltas, lo revuelve todo y se le escapa a las definiciones lógicas o formales. Estermann en Filosofía andina (2009) habla de la existencia de una lógica andina, con sus principios propios basados en manifestaciones materiales, que se alejan del sentido occidental. Lo lógica se puede pensar en más de un sentido, por ello el suizo habla de la filosofía intercultural que muestra esa posibilidad dependiendo la cultura. Y aunque en quechua o aimara no exista una palabra que sea análoga a la lógica, Estermann afirma: “me parece justificado hablar de una “lógica andina”, si no tomamos el término “lógica” en un sentido técnico y greco-céntrico, sino como un vocablo que indica la estructura básica de un cierto pensamiento” (Estermann, 2009: 125). Todo pensamiento, cosmovisión y mito, tienen su lógica, que no necesariamente debe estar ligada a la occidental, que es meramente dialéctica o dualista. 

En la segunda estrofa citada del maestro Velosa, se evidencia una concepción del tiempo que se escapa de la convencional. El tiempo no es lineal, ni es un concepto abstracto o supra-terrenal, al contrario, sale por la garganta del carranguero, no tiene un final, contrario al pensamiento semita, que tiene un inicio y un final. El tiempo andino es multidireccional, varía constantemente por su naturaleza cíclica. La historia no es progreso, es repetición de procesos orgánicos. El tiempo es discontinuo, da saltos y revoluciones, el pasado no ha dejado de estar presente, por eso “Los antepasados (ñawpa machulakuna/nayra achachilanáka) no han dejado simplemente de existir e influenciar, sino que siguen ‘viviendo’ dentro del pueblo.” (Estermann, 2006: 203). El tiempo nunca se acaba, el pasado está presente en la carranga.

La tercera estrofa es sobre el sentir ontológico, del diario acontecer, de lo cotidiano y cómo por medio del canto o canta, se expresa, se hace visible el ser y estar del campesino. Rodolfo Kusch, en Filosofía del tango, dice que el tango apunta a la vida, no busca una verdad, “ni a un al anhelo de alcanzar una perfección cualquiera en la escala de aspiraciones que nos impone la ciudad” (Kusch, 2000a: 193). Lo mismo ocurre con la carranga, es una forma de conjurar la existencia misma, igual que hacía el indígena por medio de sus rituales. Desde esta perspectiva se puede afirmar que la carranga sería una chakana, entendida como un “puente” relacional,  para el campesino. “La filosofía andina (en especial la Pachasofía), el “puente” (chakana) tiene, en cierto sentido, “prioridad ontológica” con respecto a los extremos conectados o relacionados, la relación tiene, para hablar en lengua occidental, dignidad ontológica, respectivamente ontomorfa” (Estermann, 2006: 181). La carranga para el campesino es el sentido que el arte le da a la existencia, es simbólica y celebrativa, forma parte del sustento vital y cotidianeidad.