Del Campo Hacia la Ciudad
Teniendo yo mis cultivos mis vacas y mis gallinas
tomando aire puro y vivo que nadie lo contamina
Me vine a comprarlo todo a precio que ni se diga
dónde hay violencias y robos con hambres que cobran vidas
Los pájaros van sin nido los perros son muy salvajes los
amigos mal amigos lo borran por un pasaje
Los sueldos que yo he ganado son muchos
y nada tengo toditos se me han quedado en comida y en arriendos
Y cuantos por ahí pensando venirse pa’ la ciudad
Ahorita si añoro el campo quisiera vivir allá (Bis) (Jaime castro y los filipichines, 2015)
Jaime Castro y los filipichines narran en esta estrofa, el choque que siente el campesino al llegar a la ciudad, la tristeza de haber perdido la libertad, de perder el mero-estar del campo y condenarse al ser-alguien de la ciudad. “Se penetra con un golpe rítmico la máscara, el mero símbolo que somos en la ciudad, para dejar escapar a borbotones el profundo y paradójico silencio que somos más allá –o más acá- de la ciudad” (Kusch, 2000a, 192). La violencia y el desorden de la ciudad perturban al campesino, pero ahí está la carranga, para mostrar que el paraíso de oportunidades que dice ser la ciudad, no es más que una triste ilusión.
“Me imagino yo a la china preguntando qué será eso que llaman arepa, mazamorra y rebanca”.
oh señora mi ciudad,
usted me perdonará,
pero tengo que decirle,
unas cuantas y otras tantas
que le tengo guardaditas
dende que de la tierrita
me obligaron a venime;
oh señora mi ciudad,
y si juera eso nomas,
me daría por bien servido,
pero no sé por qué diablos
es que hacemos tantos ruidos,
sino es el pito, el parlante,
sino el bafle, la corneta,
sino las motos, los carros,
con esa su cantaleta
no hay aire pa' respirar,
los andenes son privados,
no hay por onde caminar,
donde quera que uno vaya
esta la inseguridad,
que uno ya hasta desconjia
hasta de la mesma autoridad,
tampoco entiendo porque,
hay tanta gente jodida,
tanta gente por la calle,
rebuscándose la vida,
vendedores ambulantes,
en los buses los cantantes,
limosneros, cuida carros,
limpia vidrios, limpia espejos,
limpiadores de bolsillo,
no me crean tan pendejo. (Jorge Velosa y Los Carrangueros, 2015)
Para Kusch dejarse llevar por el engaño de la ciudad y su falso esplendor, es un signo de debilidad estructural.
El ruido y la algarabía nunca se compararán con la melodía de la naturaleza, mientras que la ciudad es excluyente y cerrada; la libre competencia entre los individuos hace que mercado sea la forma de descargar toda la tensión. Tensión que no existe en la vida del campo. Kusch (2000) afirma que detrás de nuestra conciencia hay un “afán neurótico de estar haciendo un país y fingirnos ciudadanos, cuando en verdad tenemos conciencia de la falsedad de este quehacer y de nuestra profunda inmadurez”. (Kusch, 2000: 192). Esa neurosis abre paso a la pulcritud –en apariencia- típica de las ciudades, que niega el hedor del campesino. Para Kusch dejarse llevar por el engaño de la ciudad y su falso esplendor, es un signo de debilidad estructural, que pretende por medio de los objetos ganar la eternidad.
El afán de tener objetos conlleva a una pérdida de la identidad, por ejemplo, en La china que yo tenía, el amor de campesino sale para la ciudad, se va y lo deja despechado, pero lo curioso es que el ya sospecha que la “china” iba a olvidar lo que era ser del campo. “Me imagino yo a la china preguntando qué será eso que llaman arepa, mazamorra y rebanca”. (Jorge Velosa y Los Carrangueros, 2015). Pero lo que se imaginaba se volvió real y ello lo plasma con humor en El regreso de la china. Desde el humor el carranguero hace de lo triste e irremediable una canción para bailar.