En épocas anteriores a la conquista de América, existieron en este territorio una multitud de pueblos, naciones e incluso imperios, esta historia ya es conocida por la mayoría de personas, ya que se encuentra dentro de los temas enseñados en las Primeras etapas de educación, principalmente en áreas como historia y ciencias sociales.

Lo que nos trae a este momento, es entender algunas de las formas en que muchos de estos pueblos continúan luchando por mantener sus costumbres y tradiciones en ambientes donde deben convivir con personas ajenas a su cultura e incluso con organizaciones (llámense multinacionales, grupos ilegales, mineras, etc.) que quieren desplazarlas de sus territorios o tomar algunos recursos de estos y así transformar el lugar donde han habitado estos pueblos a través de sus generaciones.

Hay también casos donde el territorio de estas comunidades ya no es el mismo en el que solían habitar, las condiciones han cambiado drásticamente, este es el caso de las comunidades Muiscas que se encuentran en Bogotá, que, como el resto de comunidades indígenas reconocidas en el país, cuentan con la figura de Cabildo Indígena que les permite tener su reconocimiento institucional ante el estado, hasta el momento existen dos en Bogotá para los muiscas (en Suba y en Bosa) y tres fuera de la ciudad (Chica, Cota y Sesquilé).

Ahora imaginemos ¿cómo será para un pueblo que está dentro de una ciudad casi completamente urbanizada, que sus tradiciones y cultura se encuentren muy ligadas al trabajo del campo y a la agricultura? La respuesta viene a nuestra cabeza al instante,  no podrían practicar sus tradiciones y tampoco podrían preservar sus conocimientos pasándolos a las generaciones próximas, ya que no se encuentran las condiciones materiales para su realización periódica, es decir, su territorio ha cambiado de forma tal que ni siquiera pueden sembrar, esto sin contar la estigmatización que cae sobre las personas que pertenecen a estos cabildos por encontrarse en sectores en su mayoría marginados y de periferia.

 
Humedal Tibanica, Fotografía: Mario Neuta

Pero hay algo que podría devolverles la esperanza a estas comunidades, a pesar de no contar con las condiciones que les permitan ejercer sus prácticas tradicionales como lo hacían anteriormente, cuentan con mecanismos para defenderlas y poder transmitir sus saberes, por ejemplo, en el Cabildo Muisca de Bosa hace unos días se celebró la bendición de la semilla que es una importante ceremonia que se realiza antes de la siembra, en el periodo donde ellos dejan descansar la tierra, o el “tiempo sin tiempo” donde no se realizan prácticas de agricultura. Además de prácticas como esta, cuentan también con lugares como una huerta donde tienen sus plantas medicinales, un Qusmuy que es una casa ceremonial, donde las personas comparten sus conocimientos y se realizan algunos rituales, además de las visitas a sitios considerados sagrados y tender por su conservación.

 
Ritual de Bendicion de las semillas, Fotografia: Mario Neuta

Pero no todo es tan romántico como parece, para conseguir estos elementos que les permiten limitadamente continuar con un legado que viene de tiempos precolombinos, han tenido que generar luchas que les permite su contexto, gobernantes de turno que piensan terminar de arrasar la poca ruralidad que se conserva en las periferias bogotanas, sin importar que sean lugares sagrados para alguna cultura o que incluso sean lugares que contengan los ecosistemas propios de la región, como son los humedales. También luchas con la propia cultura de una ciudad globalizada que les hace aún más difícil la conservación de tradiciones que se alejan de lo occidental, las contradicciones urbano-rurales, las condiciones que les genera estar al borde de una ciudad que contamina las aguas y como resultado no pueden usar la agricultura como sustento, como lo venían haciendo hasta hace algunas pocas generaciones, que además hace que se deban integrar casi completamente a las dinámicas de la ciudad para poder obtener un sustento para sí mismos y sus familias. Todo esto dejando a un lado la nostalgia que se genera al saber que gran parte de la ciudad que hoy está llena de construcciones, en la que es difícil moverse y que en términos prácticos les niega su propia cultura, en tiempos pasados les pertenecía  y gracias a los cambios generados no se sabrá realmente cuanto no se pudo conservar hasta el día de hoy.

Lo que nos queda en este momento es empezar a reconocer nuestra ciudad como un territorio donde habitan comunidades indígenas que se encuentran luchando por continuar con su legado a pesar de los obstáculos. Pensemos que Bogotá es un territorio Muisca. 

 


Marcha del Cabildo Indigena Muisca de Bosa por la carrera septima, Fotografía: Mario Neuta