Los árboles
Porque somos como troncos de árboles en la nieve. Aparentemente, solo están apoyados en la superficie, y con un pequeño empujón se los desplazaría. No, es imposible, porque están firmemente unidos a la tierra. Pero atención, también esto es pura apariencia.
Acá la comprensión kafkiana de sus propios elementos, si bien mucho menos trabajada – tal vez esa sea su ventaja- es mucho más clara y sugiere una autoconciencia bastante imbricada con el proceso creativo. Sabemos que el pensarse a sí mismo y a su obra era un hábito en Kafka. Un escritor cuya narrativa logra capturar un testimonio ontológico tan íntimo, comprobado en diarios, correspondencia o en la misma Carta al padre, necesariamente vuelve sobre sí mismo para explicarse, máxime si es la escritura su ámbito de liberación y autoafirmación como también sabemos que lo fue para Kafka. Valga hacer la claridad que para el análisis que se pretende hacer en este ensayo se parte de un supuesto, si bien no gratuito, supuesto, al fin y al cabo. Es la idea de una poética transversal a la obra de un autor, el hallar, como diría Poe, los elementos propios del alma del escritor que, a manera de filtro, transforma su propia experiencia en arte. Es cierto que no en todos los relatos se pueden apreciar el movimiento y lo estático de la forma en que acá se analizan (La preocupación del padre de familia, por ejemplo), pero son estas figuras lo que, a gran escala, han terminado por definir la narrativa del autor, incluso de lo que hoy día se denomina como kafkiano. Así también, esta perspectiva se acerca a la visión nietzscheana –de quien hemos de tomar prestadas varias herramientas de análisis- de la vida como obra de arte, y del artista como sujeto en quien se expresan las luchas internas del hombre moderno con sus instintos y su entorno, elementos en los que se profundizará más adelante.
...pensarse a sí mismo y a su obra era un hábito en Kafka
Volviendo al análisis, Los árboles abre nuevas dimensiones de lo estático y el movimiento que a su vez se ven cerradas en las obras posteriores. En primera medida son aparentes, pero no por ello menos reales. Al aproximarnos a Kafka se comprenden varias características que definen su estilo, e incluso su personalidad. En mucha de la correspondencia y material anecdótico se describe a Kafka como tendiente a la exageración, obstinado, inmerso en sí mismo, en sus marcos creados de interpretación. A partir de su sensibilidad se constituye una suerte de microcosmos que define el discurrir de su vida, de sus decisiones, de su escritura. Para Kafka la lucha contra la esfera del padre es su lucha. Sabemos que Hermann Kafka le culpaba de utilizar su negación a someterse a sus órdenes como forma de rebeldía. Era en esta negación que Kafka encontraba su afirmación, su rol. La oposición de esferas es entonces absoluta, irreductible, inamovible. El poder del padre, según lo dice el mismo Kafka en la Carta al Padre, sólo puede llevar al aplastamiento del escritor, a su supresión y disolución. Retomando La Condena, basta un gesto del padre para arrasar con todo lo que es el hijo, sus deseos, convicciones, logros y esferas de poder. Si bien esto es en apariencia real, el estilo de Kafka permite la ambigüedad suficiente para comprender que estamos experimentando la relación padre-hijo a través de los ojos del hijo, para quien, sea real o no, el padre puede, quiere y va a destruirlo si llega a darse una confrontación.
Es entonces la absolutización de esta esfera ajena y su invasión en las decisiones personales lo que constituye un elemento primordial de reflexión en Kafka y lo que muestra cómo mientras en Los Arboles la oposición estático/movimiento se comprende como aparente, en los relatos posteriores esta se recrudece, llegando a resultados fatales, incluso, llevados a cabo por el mismo protagonista (Joseph K. en El Proceso). La realidad psicológica de la opresión de la esfera del padre se va haciendo más real, sofocante y destructiva.
Pero es esta artificiosa sacralización de la voluntad ajena lo que nos interesa. Pasando a relatos posteriores, encontramos nuevos aspectos de esta relación problemática. En Un viejo folio (manuscrito, en otras versiones) lo inamovible se convierte en dinámico. Un pueblo asolado por nómadas del Norte, traídos -sabrá Dios por qué- por el palacio imperial a la plaza principal a convivir con sus habitantes, es desgraciado por los hábitos de los invasores (invitados) y su tendencia a la barbarie, la animalidad y el desenfreno. Voluntades en sus formas más primitivas. Hordas de hombres ferales que devoran la carne de un buey mientras este lanza alaridos de agonía ilustran la visión kafkiana del otro.
Una relación absoluta nacida de la sensibilidad reflexiva se posiciona entonces como eje conductor de toda una narrativa
Mientras para los protagonistas kafkianos la realización de una sola intención se constituye como el discurrir por laberínticas proyecciones, dificultades y malos entendidos, la voluntad ajena es ejercida de golpe, sin miramientos. El gesto ajeno en Kafka se convierte en definitivo, tomando el elemento del movimiento y desplazándolo a la esfera de lo ajeno e inamovible. Los nómadas devoran lo que está a su paso, toman sin permiso lo que quieren e invaden la plaza frente al palacio imperial. Los artesanos sufren, limpian, dejan de limpiar, se adaptan, temen, teme el emperador, y nadie hace nada al respecto.
Es esta actitud pasiva la contracara del devorar nómada. El campesino y sus intentos vanos por entrar en La Ley. La inmediatez del suicidio en La Condena. La aceptación de la desgracia en la plaza invadida. El aplastamiento de la voluntad del hijo en razón de la del padre. Una relación absoluta nacida de la sensibilidad reflexiva se posiciona entonces como eje conductor de toda una narrativa y de su correspondiente efecto poético en el que el movimiento y lo estático juegan diversos roles en la medida en que se desplazan del yo kafkiano al otro kafkiano y viceversa.