En el Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche se burla del constructo filosófico de Verdad. “Yo, Platón, soy la Verdad” es para el autor la manera más literal de expresar su comprensión del concepto. Para el religioso, el filósofo y en general para todo hombre cuya existencia se rige por un código moral que lo supera, La Verdad es sí mismo en la medida en que ninguna verdad absoluta es comprobable y solo se asimila como un consuelo, o un imperativo personal. El hombre se transforma a sí mismo en un Mundo-Verdad al reducir su conducta a parámetros absolutos que justifican su quehacer en el mundo y suponen además un fin determinado. Funciona el hombre a partir de sus propias categorizaciones y pontifica a los demás su voluntad convertida en verdad absoluta, momento en que nacen las religiones y los sistemas morales, adefesios que para Nietzsche castran la potencialidad del hombre.

El Mundo-Verdad funciona entonces como un microcosmos regido por reglas autodeterminadas que tienden hacia una realización individual o colectiva y cuya legitimidad solo cuenta dentro de sí misma. Estos Mundos-Verdades se soportan en toda clase de artificialidades morales, como las duplas bien/mal, placer/dolor, vida/muerte, y, en el caso de Kafka, padre/hijo, otros/yo. Si bien no pontifica su verdad e impone su sistema a otros, el escritor praguense establece sus prioridades, sus debates, sus decisiones y su poética a partir de su propia artificialidad moral. La contraposición, por ejemplo, de la escritura a la vida burguesa se constituye como una dupla irreconciliable. El aislamiento que permite su ejercicio artístico aleja a Kafka de sus perspectivas deseables de vida pública, entendida esta deseabilidad como una de estas artificialidades que a partir de la experiencia se convierten en absolutos impuestos a la voluntad del propio escritor, ya sin tener en cuenta si esto es lo que quiere para sí mismo o no.

 

El hombre se transforma a sí mismo en un Mundo-Verdad al reducir su conducta a parámetros absolutos que justifican su quehacer en el mundo

 

El Mundo-Verdad kafkiano se establece entonces con sus reglas en los relatos configurando lo estático y el movimiento como fuerzas que actúan de determinada manera dependiendo de dónde vengan y hacia donde vayan. Para explicar este punto nos remitiremos a La Colonia Penitenciaria.

Una isla articulada alrededor de una máquina hecha para ejecutar prisioneros –acusados que desconocen sus cargos- visitada por un viajero en su momento final de decadencia. Regida por un antiguo código establecido por la figura del comandante anterior y su legado, La Colonia sufre del abandono de sus integrantes, a excepción del comandante actual quien cree fervientemente en el propósito de esta y en el retorno a su vieja gloria. Ahora, este es un ejemplo claro de Mundo-Verdad kafkiano expresado literariamente. Estamos frente una artificialidad moral con dispositivos especializados, ritualizados y naturalizados de juicio y castigo. Elementos absolutos como la culpa y la muerte se articulan a la visión de un solo hombre bajo cuyo mando La Colonia alcanzó su máximo esplendor. No importa el desconcierto del extranjero, el perdón del condenado o la muerte del comandante actual, lo que prevalece es La Verdad de un Mundo: El Castigo es el eje de La Colonia Penitenciaria. En este relato lo dinámico juega un papel especial al ser la simple repetición la que constituye el gesto final de reivindicación del castigo. A diferencia de los nómadas en Un viejo folio, acá el comandante no invade territorio ajeno, es el viajero quien llega al entorno autodeterminado de La Colonia, y es la realización de una ejecución más – la del comandante- la que culmina con la consumación del castigo como Verdad del Mundo-Colonia. De esta manera el movimiento es el ejercicio de una voluntad legitimada, en oposición a la pasividad espectadora del viajero (lo estático).

 

La narrativa kafkiana se vuelve pesada en la medida en que se debe aceptar que es a partir de la propia subjetividad que se está condenado

 

Tenemos entonces un universo con sus propias leyes bajo las cuales los protagonistas son siempre culpables, nunca liberados, suprimidos por la esfera ajena. La narrativa kafkiana se vuelve pesada en la medida en que se debe aceptar que es a partir de la propia subjetividad que se está condenado. Nunca sabremos si detrás del guardián de Ante la Ley hubo o no más guardianes, o si por medios violentos el campesino hubiese podido entrar. Pese a cualquier acción posterior del viajero en La Colonia, el comandante ha logrado hacer prevalecer el castigo, sin importar lo inhumano o falto de justificación que parezca ser, el relato nos obliga a ver cómo el castigo se consume en sí mismo mientras la máquina se deshace frente a los ojos impotentes del viajero. Esta es la premisa. Las leyes del mundo son inamovibles desde la perspectiva de quien, por esas mismas reglas, se ve abocado a la sumisión, la culpa, el dolor o la muerte.

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