En su Voluntad de Poder, Nietzsche define el nihilismo como:
“Es la consciencia de un largo despilfarro de fuerzas, la tortura del “en vano”, la inseguridad, la falta de oportunidad para rehacerse de alguna manera, de tranquilizarse todavía con cualquier cosa; la vergüenza de sí mismo, como si uno se hubiera mentido a sí mismo demasiado tiempo.” (Nietzsche, Libro I)
Paralelo al Mundo-Verdad kafkiano aparece casi como su idéntica definición. En Nietzsche el nihilismo juega en dos direcciones. Por una parte, funciona como motor para el desmantelamiento de los valores supremos (religión, verdad, razón, etc.) y su incidencia en el actuar humano, este es el nihilismo activo. Por otro lado, el nihilismo como decadencia y retroceso del poder del espíritu (esa “falta de oportunidad para rehacerse de alguna manera”) es el nihilismo pasivo. Ahora, el elemento central que los diferencia es en esencia, el ejercicio de la voluntad de poder. Entendida esta como el eje alrededor del cual efectúa el hombre la transvaloración moral, define entonces la efectiva realización de la potencia humana en la acción. En otras palabras, el nihilismo está incompleto si ante estos valores supremos, y ante el idealismo que le precede, librados ya de toda atribución positiva y absoluta, no se les reemplaza con construcciones morales propias. Para Nietzsche, su enemigo es el cristianismo, castrador inmemorial del potencial humano, que reivindica la culpa, el dolor, la compasión y la muerte. Sin embargo, a través del ejercicio de la voluntad de poder es posible resignificar lo deseable, es decir, transvalorar. Es en la propia definición vital, en la existencia misma, donde el hombre afirma los valores que considera aceptables para sí mismo y para el mundo. Nietzsche por su parte por oposición a los valores cristianos, plantea el orgullo, el deseo, la corporalidad, la violencia, la valentía, etc. como valores deseables. En Kafka, sin embargo, no existe una alternativa.
En efecto la esfera de lo inamovible ultraja, humilla, suprime a los protagonistas, los disminuye, les quita vitalidad, mientras estos legitiman su actuar y se consumen en la imposibilidad de cumplir un rol satisfactorio ante ese sistema de valores que los acusa de no ser lo que deberían. Existe en Kafka un nihilismo sin transvaloración, una ausencia de voluntad de poder, un padecer la voluntad ajena y un consumirse en la negación.
Al comparar las construcciones morales kafkianas con la filosofía nietzscheana se les puede comprender como opuestas, cada una blasfemia de la otra. El vitalismo del filósofo alemán golpea con toda la crudeza del caso al endeble actuar del protagonista kafkiano. Si Nietzsche hubiese escrito El Proceso, no sólo Joseph K hubiese sobrevivido, sino que se habría alzado contra el sistema que lo oprimía, llevando en su revolución a quienes, como él, comprendieran lo artificial de su estructura. Pero, más allá de esta diametral rivalidad, entra a jugar un rol de mayor importancia en este juicio: El papel del artista.
...a través del ejercicio de la voluntad de poder es posible resignificar lo deseable, es decir, transvalorar.
Kafka no sólo es un artista, es un Artista del hambre. Si entendemos este relato como una metáfora de su quehacer literario, nos acercaremos a la paradoja que implica su obra. En este cuento el hombre hace de su carencia de apetito un arte. Su escualidez y ayuno son actos de afirmación de su propio yo ante el mundo que no le ofrece nada que interese a su paladar. Es la carencia, la ausencia de voluntad lo que se convierte en materia prima del artista. Kafka hace lo mismo. La poética kafkiana expresa la imposibilidad del hombre de jugar un rol en su entorno. Pese a sí mismo y a los demás no logra convertirse en lo que se espera de él, a pesar de no convertirse en nada más. No hay una transvaloración que le permita erigirse contra el sistema que lo anula, pero tampoco satisface a dicho sistema. Es la negación como ejercicio de la voluntad de poder. El nihilismo pasivo se transforma en autoafirmación y, a la manera cómica del escribiente Bartleby, Kafka dice I would prefer not to transformándose en un bicho gigante una mañana.
Para Nietzsche el arte es una forma de ejercer la voluntad de poder. Al oponerse a la filosofía o la religión, el arte logra potenciar la acción humana, y a partir de la ficción, afectar de manera auténtica. Si, Kafka es un artista del hambre, su incapacidad-o falta de interés- por transvalorar no impide considerar su obra como el ataque a esos valores que lograron agobiarlo durante toda su vida y obra. El tema central de esta reflexión logra poner de manifiesto las limitaciones de los sistemas morales absolutos y lo afirma como individuo. El hecho de que su testimonio nos asista hoy al interpretar la realidad y experiencia moderna del individuo occidental no puede pasar por alto a la hora de considerar a Kafka en la historia de la potenciación del hombre. Un artista del hambre, a la final, demuestra que no comer es una opción.
Finalmente, el movimiento y lo estático son dos dimensiones de una misma cosa: de la voluntad de poder. La imposibilidad del individuo de satisfacer, abstraerse de o suplantar los sistemas morales que lo oprimen es, en Kafka, la ausencia de voluntad de poder. Por otro lado, la voracidad, la irreductibilidad, el carácter monolítico de La Ley, los nómadas, el padre y demás esferas ajenas en los relatos kafkianos son el ejercicio de la voluntad de poder sobre la subjetividad de un sujeto nihilista pasivo.
Para Nietzsche el arte es una forma de ejercer la voluntad de poder.
De manera especulativa surgen diversos interrogantes ¿Qué habría dicho Nietzsche del efecto poético kafkiano? ¿Llegó Kafka en algún punto de su vida a transvalorar a partir de su propia experiencia? ¿Habrá sido luego de la tuberculosis, en Zürau, cuando aislado, sus preocupaciones espirituales se convirtieron en eje de su reflexión? ¿O cuando decidió quemar su obra comprendiendo que su público no era sino un peldaño accesorio en su quehacer literario?
Sea como sea Kafka ha logrado establecer un hito irremediable en la historia humana que oscila entre lo artístico, lo filosófico y lo ontológico, pero que sin duda nos aboca a reflexiones que reevalúan categorías estéticas y morales que aún hoy siguen vigentes en la experiencia moderna.
Tal vez una mañana el mundo amanezca lleno de bichos gigantes sin otro nombre que el de superhombres.