Estamos terminando la Semana Santa, una semana en la que se recuerda como Dios hecho hombre sufrió por nuestros pecados y murió de forma tal que vivió en su carne todo el sufrimiento que se genera en su propia creación. Sí uno entendiera eso debería decir: ¡con razón nos perdonó!  

Hay un cambio en la forma de ver a Dios entre el antiguo y el nuevo testamento. Sólo hay un hecho que relata la biblia el cual pudo generar un cambio de tal magnitud, el nacimiento de Jesús de Nazaret y su vida en este mundo. Pocas personas le obedecían con devoción, seguía existiendo el pecado que no permitía la salvación de las almas, sobre todo aquel pecado original que se heredó de Adán y Eva. Entonces sintiendo una intensa curiosidad, Dios, saltándose toda la burocracia celestial, a través de las entrañas de una virgen descendiente de David, se hizo carne y sintió con su propio ser aquella cosa que había creado llamada humanidad.

Desde niño, Jesús vio a su pueblo ser oprimido por gobernantes, su templo ser profanado y su familia (en extenso, o sea los judíos) ser señalada. Siempre puso la otra mejilla, una vez literalmente, hasta que su infinita misericordia llego a su límite. ¿A qué punto llegamos los humanos para desesperar a un dios? Pero no por eso deja de ser un modelo que enseña a luchar por lo justo usando su propia palabra como arma, y bueno, un látigo improvisado de tres puntas con las que azotó a mercaderes que  se aprovechan (como aún hacen muchos) de las creencias de su pueblo.

 

“¿Qué haría Jesús?”: así es, dar latigazos a mercaderes, o en nuestro caso, a empresarios que no les importa el pueblo.

 

Para que los ángeles le obedecieran tuvo que pasar una prueba superando las tentaciones que el propio satanás le puso en frente, después de haber ayunado cuarenta días. Cualquiera en su posición hubiera convertido esas piedras en panes y habría comido.  Supongo que para él fue duro, pero bueno, para obtener algo siempre hay que hacer sacrificios.

“Fue crucificado, muerto y sepultado” reza el credo católico, y así sucedió (por lo menos eso dice la biblia). Sufrió el dolor y la tortura que han sufrido quienes pecan, sintió en su carne tales martirios para saber de primera mano cómo es el castigo terrenal que sufren las personas, al tiempo que sufrió la frustración, la desesperanza y el abandono que Dios (o sea, el mismo) tiene para este mundo que hace parte de su propia creación.

 

¿A qué punto llegamos los humanos para desesperar a un dios?

 

Y como nadie se escapaba al pecado original, es decir, nadie se salvaba, tuvo que descender a los infiernos para liberar las almas de los justos, quienes vivieron bajo su palabra y que por las reglas creadas justamente (prácticamente inventadas e irrealizables, si desde el comienzo estábamos condenados) en el cielo se estaban quedando sin almas humanas.

“Al tercer día resucitó de entre los muertos” confirmando así ser Dios hecho hombre y proclamando que su sangre derramada en la tierra es la marca para el perdón de todos los pecados de la humanidad (incluidos los que no se han cometido) y ascendiendo a los cielos, nos dejó este mundo igual pero con una mayor libertad para sobrellevar todo el sufrimiento que vivir acá conlleva.

 

Y Dios dijo: “¡Que gonorrea! Esta gente está re mal. Ese mundo así ya es suficiente castigo”

 

En pocas palabras, la desobedecía humana llamó la atención de Dios quien en los cielos sentado en su trono se preguntaba por qué de tal actitud de una raza a la que él mismo había dado vida y fue tal la curiosidad que se hizo carne y vivió una vida mortal, sufrió y fue tentado. Supongo que para él fue demasiado los sufrimientos que se generan en ese mundo son tales que quienes viven allí no merecen otro castigo. Y vuelvo a la frase inicial: ¡Con razón nos perdonó!

Ahora nos mira con amor y misericordia, aquel dios que castigaba la desobediencia con fuego se convirtió en un dios que perdona, que ya no pide sacrificios de sangre, deja que vivamos como nos plazca solo siguiendo una regla “amar a los unos y los otros” y a la vez glorifica a quienes con fervor le siguen.

En este momento sólo queda esperar a Dios, a que vuelva a sentir curiosidad sobre cómo hemos vivido estos últimos dos mil años o que se aburra de tenernos lastima, el caso es que cualquiera que sea el escenario llegará a cambiar las reglas nuevamente. ¡Amén!