Restricciones, recomendaciones y cifras. Eso es lo que a diario me llega a casa desde que empezó la pandemia por el Covid-19. Televisión, radio o redes sociales, todas están llenas de lo mismo, todas tienen su centro de atención en la pandemia, y yo, leo, escucho, veo y me siento informado. Asiento con la cabeza a lo que parece razonable, critico las medidas tardías del gobierno, o tal vez demasiado apresuradas, o demasiado radicales o inexistentes. Me siento superior a ellos, señalo las diferencias y me río con las peleas de políticos en medios, me indigno porque acapara la atención y deja debajo de la alfombra otros temas importantes, como el otro Covid que no es gripa sino compra, solo para dar un ejemplo.

También me siento inseguro, preocupado por ratos por tantos muertos y tantos enfermos, y en otros momentos, ya no me importa nada y hasta pienso que es un alivio que nos estén matando, un alivio para el planeta claro está. Miro con desconfianza el encierro y me siento tragado por el control despótico del Estado que se ceba con su poder, ahora visible, y me sorprendo de compatriotas que, no satisfechos con las declaraciones de multas a los desobedientes, con las filas en el supermercado y sus dos policías de dotación, con el distanciamiento social, que parece la encarnación del hiperindividualismo al que siempre me han llamado, también fungen de gendarmes honorarios en la comodidad de sus balcones y piden a sus (des)iguales, con gritos y amenazas, que echen pa’ la casa porque si yo tengo, usted también, entonces nada tiene que hacer ahí afuera. Y, aún más, piden que el ejército se tome las calles porque solo así obedeceremos. 

Salgo a la calle con desconfianza, porque ya no es mi calle, es la posibilidad de contagio. Tanto así que miro con desconfianza al vecino que hace la compra conmigo y miro de reojo al que, viviendo conmigo, llega de la calle ¡aléjate de mí, portador del virus, lávate las manos y sácate esa ropa, que nos vas a matar a todos! 

Pero no puedo evitar comentar la situación, hacer proyecciones, seguir las cifras, mirar con mórbido placer cómo Estados Unidos se hunde en la enfermedad, es que me da el fresquito que el imperio se empiece a hundir ¡el franco declive del capitalismo! ¿estamos seguros de que esta enfermedad de verdad es mala? ¿Si vieron a Italia traicionada por sus aliados? así le paga el diablo a quien bien le sirve ¿y quién vino a ayudarla? ¡pues China y Cuba y Rusia! Los nuevos salvadores del mundo, muy desinteresados ellos. Tal vez solo quieran un tratado comercial después de todo esto, o la suspensión del embargo, o aumentar su zona de influencia, pero ¿quién podría culparlos? Solo están haciendo lo que cualquiera haría en su lugar: pescar en río revuelto.

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En momentos de pánico acumulé tanta comida que ya no sé qué hacer con ella, ¿fríjoles? ¿para qué compré eso si ni olla exprés tengo? El afán, el miedo, me digo a mí mismo, tal vez pueda lavar mi consciencia si se la regalo al venezolano que está allá en la esquina, así cuando me entere que están robando puedo reprocharle dos veces, porque comida no le falta, yo le regalé lo que a mí me sobraba. Después de todo, eso que no hicieron en su país lo vienen a hacer acá, armar revueltas, deberían devolverse a su país y no molestar más ¡ay, inmigrantes! Siempre siendo un mal a las tierras a donde llegan, y lo digo sin hipocresía, porque esos colombianos que se fueron a hacer males por allá a otro lado, a exportar el fleteo o el sicariato, a llevar cocaína y traer dólares o armas, esos yo no los conozco y no son como yo, en cambio, esos venezolanos son todos iguales. 

Me siento en la ventana a ver la gente pasar con su tapabocas, sus guantes y su bolsa de la compra, o veo al mismo vecino de hace dos horas sacar por cuarta vez a su perro al paseo diario, nunca antes el perro fue tan feliz en su vida, vea, hasta ese que estaba encerrado en la terraza sin salir nunca desde que lo adoptaron, hasta ese está de paseo ahora. Le grito por la ventana ¿cómo se le ocurre andar en la calle? 

Miro con sorpresa cómo los sistemas de salud se caen alrededor del mundo, la crisis los está sobrepasando y se les mueren miles de personas al día. Qué miedo, qué horror, hay que cuidarse. De repente llegan más noticias y es que no hay suficientes camas de UCI, que las están acomodando aquí y allá. Me preocupa tanto, aunque nunca me había preocupado semejante cosa. Que los enfermeros no están bien pagos, que la falta de médicos, que no hay tapabocas y que se enfundan en trajes cuya materia prima son las bolsas de basura, y así evitar el contagio, pero ¿qué le pasa a este gobierno que no le invierte a la salud? ¿ah? ¿Qué yo voté por eso? ¿pero cuando? ¿Qué cuando Uribe con la ley 100 y las EPS? ¡hombre! ¡no invente que yo voté porque acabaran las FARC no la salud! Por andar hablando esas cosas seguro es que usted es un guerrillero, porque no le voy a creer que esas marchas son para mejorar la salud, no no no, esas marchas son para otra cosa, la salud se mejora de otra forma ¿cuál? No sé, para eso está el gobierno, aunque no haga nada. 

Hay que mirar el noticiero todos los días, para saber cómo surgen los acontecimientos, estar bien informado es necesario para opinar y, la verdad, es que mi opinión es muy valiosa, con mucho criterio porque yo no me dejo engañar de nadie. Mucho menos de esos políticos que lo único que buscan son votos, más ahora, que se aprovechan de la situación para salir a decir una cantidad de cosas que ni van ni vienen, a prometer mentiras y después lavarse las manos porque no los dejaron, eso dicen ellos. 

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Como en la Peste, todos somos víctimas, aquí no se salva nadie, por eso ahora los ricos sí se interesan por la enfermedad, donan dinero, son los nuevos salvadores. Leí hace unos días que Sarmiento Angulo donó 30 millones de dólares, o una cosa así. Hombre, pues muchas gracias, no sabe la falta que nos hacía, que lástima que se haya tenido que desprender de ese dineral ¿cuánto era? ¿Cómo el 0,18% de su fortuna? No, hombre, que pena con usted, pero tranquilo, no se preocupe, que se lo sabremos devolver, con intereses, sí sí, claro que sí. Ya que está en esas ¿por qué no ayuda con el dengue, que también mata gente? ¡ah, claro! porque eso no le da a usted, claro, también porque no está de moda. No se preocupe, doctor Angulo, entendemos su doble sacrificio, está perdiendo utilidades y aún así nos ayuda, es usted muy noble, tiene ganado el paraíso.

¿saben qué más veo desde aquí? Veo como a los trabajadores les suspenden los contratos, les dan licencias no remuneradas, los mandan a vacaciones durante la cuarentena ¿que cómo hacen? La verdad es que no sé. Les ayudan a unos, a los más pobres, después les ayudan a otros, a los más ricos. Bueno, ayudar es un decir, porque a unos les prestan y a otros les regalan. Adivinen qué a quién. Pero hay otros que nada de nada, la seguridad de la clase media es la seguridad de la caída en desgracia, pero saben qué, yo creo que nos pasa por mirar por encima del hombro a los que están más abajo mientras nos humillamos a los de más arriba, sí sí, eso creo. Es que somos la clase media, muy ricos para ser pobres muy pobres para ser ricos, el sánduche de jamón y queso, decía un filósofo, porque nadie le dice que no a un sánduche de jamón y queso, pero nadie, nunca, lo pediría si hubiera otra opción. La mediocridad estratificada.

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Yo lo que veo es que la gente es muy terca, no se cuidan, son desobedientes. Mano dura es lo que les hace falta ¿ha visto usted cómo se salen a la calle en parejitas y la policía no les dice nada? Además de que ya está peligrosísimo salir, han saqueado supermercados y les roban el mercado a las señoras. Es que no es difícil de entender que no hay que salirse, hay que quedarse en la casa, en la puta casa, como dicen los españoles que he visto. Vea que el gobierno está ayudando, ya dijo lo de los créditos a las pequeñas empresas y los subsidios a los más desfavorecidos, eso debe ser suficiente para que se mantengan mientras vuelven al trabajo. Que tengan paciencia. Es un pequeño sacrificio, un sacrificio por el bien de todos, la virgen se los sabrá pagar. La gente va a volver al trabajo después de que pase esto, es que no se les puede pagar mientras tanto porque sale muy caro, podrían quebrar a las empresas y ahí sí que nos quedamos todos sin trabajo. Toca es que el gobierno nacional quite tantos parafiscales y subsidios y ayudas que lo único que hacen es empobrecer al empresario, por eso es que no hay trabajo, porque no hay plata con la cual se pueda contratar. Después de todo esto toca hacer lo posible para que flexibilicen al trabajador, así ganamos todos. Desde la casa que trabajen, como lo están haciendo ahorita, y que se les pague el tiempo que trabajan, así cada quién verá cuánto quiere ganar y les queda tiempo libre para que inviertan en sus propias iniciativas, no es descabellado, es el siguiente paso, un salto hacia el futuro.

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 Desde casa veo tantas cosas, tantas opiniones, todos tan seguros de sí mismos. Hasta esos que se contradicen. La opinión de todos vale, porque todos somos iguales, dicen unos, pero de tantas opiniones lo único que saco es confusión, no sé a quién creerle. Me quedo en casa porque afuera no hay nada que hacer, además, me da miedo toparme con algún ladrón o, peor aún, con la policía. No quiero una multa que no voy a poder pagar. Escucho a la alcaldesa de la ciudad decir unas cosas y después al presidente decir lo contrario, desautorizarla, que llaman. Veo con desconfianza las donaciones de unos y miro con horror el hambre de otros, me tildan de desagradecido por sospechar de esa plata y me miran de cómplice por ver en el hambre un móvil legítimo de asalto, hasta yo mismo me juzgo de esa manera. De lo único que puedo estar seguro, en sutil referencia a Sócrates, es de la incertidumbre, la ansiedad que todo esto me provoca, sin hablar de la soledad, que me está matando. 

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Tal vez el mundo cambie después de todo esto o tal vez todo siga igual. Yo creo que vamos a cambiar, tal vez no nosotros, tal vez no al día siguiente de salir de la cuarentena. Yo creo que el cambio se va a dar en escalas más grandes y en formas sutiles. En un tratado de comercio aquí y allá, en un poquito más de inversión aquí y allá para que esto no nos vuelva a pasar, en un camino de regreso a la comunidad. Por lo menos así se hará en algunas partes, en otras, seguirán el camino que ya traían, aunque eso signifique sacrificar unos cuantos Homo sapiens sapiens para fortalecer a unos poquísimos Homo economicus. Yo lo que creo es que poderes que no podemos imaginar se van a redistribuir el mundo, y todo eso va a pasar mientras a nosotros se nos olvida, en cuestión de unas semanas, todo este pánico que sufrimos y el encierro se nos convierte en anécdota. Yo lo que creo es que nosotros, los de a pie, pobres, clase media, ricos que no tomamos decisiones nos importará más bien poco lo que se haga en eso que llaman geopolítica y política internacional, tal vez volvamos por aquí cuando una nueva pandemia se nos venga encima, pero en el intermedio olvidaremos todo lo que tenga que ver con esto, al fin y al cabo, los hilos del poder están en unas pocas manos y esas manos no son las nuestras, aunque de democracia disfracen la dictadura de la economía.

Ilustración: @dero_artist