El doce de agosto en la mañana, con incertidumbre y preguntándole a mi compañero de viaje; ¿qué hago yo aquí? Estaba tomando un vuelo hacia Quibdó. En mis planes no estaba ni hablar de paz ni de incidencia política y mucho menos concebía hacer parte de una misión humanitaria.
Ese avión no tenía reversa. La estrategia del grupo organizador fue acertada, a partir de hechos conocidos en una caravana humanitaria en donde le preguntaron a las víctimas de abuso sobre su abuso al lado de sus victimarios, se decide invitar a los líderes comunitarios y representantes de organizaciones sociales para hablar de los hechos que tienen azotada a la población en años y años de una violencia sin tregua que encuentra cada vez más formas de hacerse más macabra.
Desplazamiento forzado, restricción de acceso a los derechos, bloqueos de las vías fluviales, reclutamiento, contaminación del agua, un gran todo que se rodea de una frase de los actores armados que dicen que: “no es en contra de la población civil” pero son ellas y ellos las y los afectados.
“Esto ya superó una crisis humanitaria, se nos esta arraigando la violencia, necesitamos curarnos”
En este primer encuentro se alzan las voces bajo tres consignas: “por favor hagan que este mensaje llegue a más personas, ayúdennos a visibilizar; necesitamos que el gobierno nos escuche y por favor, vuelvan con noticias”.
Han pasado muchas personas, grupos, entidades, que escuchan sus historias, se llevan fotografías, entrevistas, se conduelen, pero no vuelven, sus historias se refunden en el afán del misionero o voluntario por saberse bueno y se olvida que la razón de su hacer es volver a las comunidades sino con una solución, con un alivio, con una respuesta.
Dos encuentros más, recorrer el río, el Atrato que es hoy agua con mercurio, por sectores inundando de basuras, residuos, y es allí la fuente de vida, en donde se arraiga la cultura, esa que no quisieran que se les perdiera, son el rio Atrato, el San Juan, las aguas que les rodean y que hoy ya no los hace sentir que son “ricos” sino por el contrario, es la causa de su empobrecimiento. A los lados se ven plataformas extractivistas los minerales del rio, el oro, paso de ser la bonanza a la desgracia; hoy no pueden tomar agua directamente de sus llaves, claro, en los lugares que sí hay acueducto.
“por favor hagan que este mensaje llegue a más personas, ayúdennos a visibilizar; necesitamos que el gobierno nos escuche y por favor, vuelvan con noticias”
Aquí, en la conversación circular la voz se torna distinta, el cansancio de un conflicto que no es de ellas y ellos, les ha robado la paz, pero hoy esa palabra no les sale, hoy solo piden tranquilidad, que les dejen las noches tranquilas y las calles para que las niñas y los niños puedan jugar.
Claman por ayuda psicosocial. “Esto ya superó una crisis humanitaria, se nos esta arraigando la violencia, necesitamos curarnos”, antes se solicitaban alimentos, medicamentos, que hoy también ayudarían, pero necesitan personal de la salud mental, emocional e incluso espiritual que les faciliten encontrar una respuesta, un sentido para seguir navegando contracorriente, mientras esta guerra sangrienta que se me había olvidado porque se me olvidó el Chocó se detiene.