Este libro que tienes entre las manos no es la última voz sobre el tema del amor y no lo será, no es una verdad sino una forma de entenderla. Es un recorrido histórico de la construcción del significante amor. Como las sociedades, la idea del amor ha cambiado y seguirá cambiando en cada generación, alejándonos para siempre de cualquier entendimiento absoluto y dejándonos únicamente la comprensión tangencial de esa idea.
Enfrentarse al amor no es tarea fácil. Mucho menos pensar sobre el mismo. Todo lo que hoy creemos que es el amor: uno para siempre, que todo lo perdona, que se sacrifica por el otro, persigue (y alcanza) la felicidad, fiel hasta los tuétanos, romántico hasta perder la razón, que irradia felicidad, sumiso y, en suma, patriarcal; es una construcción de miles de años e influido por diversas culturas y que, pese a eso, pocas veces se ha materializado en nuestra realidad existencial.
Sin embargo, si el amor se ha sentido a lo largo y ancho de la historia, si de él se ha hablado en múltiples y diversas culturas es, entonces, porque existe. Existe porque lo sentimos. El problema, entonces, no es su existencia, sino, más bien, a qué sentimiento llamamos amor y qué creemos que lo caracteriza y compone.
Nos enfrentamos a un problema de proporciones bíblicas: usar la razón para explicar un sentimiento, irracional a todas luces. Pero no es solamente su explicación el reto que se nos impone sino su comprensión y su aplicación en nuestra realidad cotidiana. De cómo comprendamos el amor dependen nuestras expectativas y de éstas nuestras alegrías y decepciones. Y este libro, con su recorrido histórico nos ayudará, sin duda, a transitar ese camino.
Ojo a esto: las ideas no son absolutas, no obedecen, aunque algunos así lo quisieran, a dogmas. Una idea que no se debate es una idea muerta y, como sabemos, el amor está vivo en el mundo. El amor hay que sentirlo profundamente pero también hay que debatirlo, construirlo y deconstruirlo. El amor hay que hacerlo a la medida que hoy imponen nuestras circunstancias, pero sin olvidar que tiene historias que aún nos influyen en los más profundo de nuestro inconsciente.
Y aunque en el amor también se presenta el erotismo, aquel está más allá, pues supera la posesión misma y parece superarse en la entrega hacia el otro.
Octavio Paz nos diferencia el sexo, el erotismo y el amor. El sexo es lo más biológico, el impulso reproductivo que compartimos con todos los demás animales en el planeta. En cambio, erotismo y amor son feudos propios de la humanidad, uno de nuestros tantos rasgos característicos. Para empezar, erotismo y amor se separan de la reproducción, ese no es su fin último. En cambio, son afectadas por el deseo, especialmente el erotismo, ese deseo pasional de posesión carnal del otro, ese deseo hacia los cuerpos y sus formas, la búsqueda del placer. Y aunque en el amor también se presenta el erotismo, aquel está más allá, pues supera la posesión misma y parece superarse en la entrega hacia el otro. Octavio se encargará, mejor que yo ahora, de consolidar esas nociones. Repetir lo que ya dirá Octavio no parece tener mucho sentido y no es el fin de esta introducción. Yo quiero agregar algo más.
El amor se da entre personas. Entre dos de ellas. Y una persona es aquel ser que, como decía Platón, está dividido entre lo material y lo inmaterial, entre cuerpo y alma. Podríamos creer que Aristófanes tenía razón y el amor se reduce a la búsqueda de aquella mitad de la cual nos separaron los dioses cuando el hombre todavía era el tan perfecto Andrógino, pero ese amor es demasiado excluyente y, si algo caracteriza al amor, es que cuando nace no discrimina. El amor se da entre dos personas porque a través del cuerpo se dice lo que el alma siente. Además, recordemos que el amor, como el erotismo, tiene poco de reproductivo. El amor es profundo.
Cioran decía que todo cuanto es profundo en nosotros no tiene causa pues nuestras profundidades no vienen de fuera. Y el amor es eso mismo, una profundidad. El amor no viene de fuera, no nace porque otros nos dicen que debe nacer, no se determina (aunque sí se influye) social, cultural ni económicamente. En eso los viejos poetas provenzales, que llenarían de significado al amor romántico (aún guía de nuestras venturas amorosas), tenían razón, el amor es profundamente transgresor. Y en eso mismo se equivocan aquellos que nos hacen creer que el amor tiene unas características predeterminadas.
Convengamos, entonces, que el amor nace y nosotros no sabemos cómo nace. Pero también acordemos que ciertas características del amor pueden ser deducidas. Una de ellas es la entrega hacia el otro, una entrega incondicional, el amor es servil. Pero cuidado que aquí hay trampa: si bien el enamorado se entrega en todo su ser al ser amado, el ser amado deberá hacer lo mismo y ninguno de los dos sentirá, nunca, la necesidad de posesión. El amor se entrega, pero el amor no posee. El amor posesivo cae en los celos y ambos rompen otra de las características esenciales del amor: la libertad. El amor es libre porque el amor escoge. Si bien es cierto que, como afirman los sociólogos constructivistas, estamos sometidos por la fuerza del acontecer social, como individuos tenemos una cierta capacidad de agencia, es decir, decidir a pesar de las circunstancias y el amor no es la excepción. Si bien no decidimos a quien amamos o de quien nos enamoramos, si decidimos alimentar o no ese sentimiento. Arrebatarnos esa capacidad de decisión sería una afrenta al amor, una cuchillada mortal en su constitución.
Cioran nos dice que la superficialidad no es otra cosa que la realización por medio del objeto. Y por ello busca en el mundo exterior todo lo que éste pueda ofrecerle
Servil y libre es el amor, apasionado y profundo. También es empoderado. El amor es entre iguales, de lo contario es sumisión. El amor de hoy, al menos el occidental, es un amor sumiso y patriarcal, pues es el hombre, o quien haga su rol, quien a la larga escoge y decide, dejando al rol femenino en una posición de vulnerabilidad. Desechar esa idea es imprescindible para amar.
Para amar al otro el amor propio es fundamental. Si no me enorgullezco de quién soy y de lo que hago ¿cómo alguien más podría verdaderamente amarme? Buscar refugio en el amor del otro ante la ausencia del mío propio solamente desencadenará en sufrimientos y tormentos. Ejemplos hay miles alrededor.
Volvamos a Cioran un momento. Si el amor es profundo por sencilla lógica no puede ser superficial. Y la superficialidad es hoy uno de los elementos más comunes en nuestras sociedades construidas bajo el imperio del mercado y los pilares del consumo. Cioran nos dice que la superficialidad no es otra cosa que la realización por medio del objeto. Y por ello busca en el mundo exterior todo lo que éste pueda ofrecerle para poder llenarse a sí mismo de valores y cosas exteriores. El encandilamiento de muchos por la belleza física, el gusto de tal o cual cosa o, más corriente aún, la compra del amor a través de lo material, da como resultado un amor interesado. Un amor tramposo e ilusorio que, cuando se acaba la belleza y se pierde la dimensión material se desvanece tan rápido como llegó. Ese falso amor es hoy moneda corriente y de él hay que cuidarse a cada paso. Solo la experiencia nos podrá enseñar a reconocerlo y rechazarlo.
El amor, en una sociedad deseante hasta el hartazgo, insatisfecha, insegura, amante de lo efímero y de la novedad parece una quimera, una mera ilusión o un recuerdo de los antiguos. Más cuando la mercantilización del amor ha sido tan profunda que da la sensación de podérsele comprar empaquetado en una bolsa de plástico. Sin embargo, no hay que perder las esperanzas de encontrarlo, pues buena parte del amor es esperanza. No olvidemos que el amor nace de formas que aún no podemos (y no sabemos si lo haremos) conocer y, como el diente de león que nace del concreto, el amor podrá encontrarse y construirse en los márgenes de ese amor fetichizado del mercado.
Del amor parece quedar claro muy poco, pero sabemos, al menos, que es ante todo un salto de fe, un sinónimo de confianza en el otro, sin confianza no hay amor. Somos seres libres que a través del amor aumentamos nuestra libertad. En el amor nos hacemos equipo, no guardián y carcelero.
Queride lectore, espero que esta introducción y, el libro que estás a punto de empezar, sean el inicio de un camino propio en la comprensión y construcción del amor. Jesús dijo alguna vez “amaos los unos a los otros”, tal vez el mejor consejo que su polémica figura pudiera dar. También alguien dijo Amen, sin tilde. Entonces, ama libremente y olvídate del Amén, con tilde, que solo nos pide obediencia. Recuerda, también, que las ideas cambian, son hechas por hombres y mujeres y, en razón de eso, son susceptibles de cambiar y transformarse. Nadie ha dicho nunca la última palabra sobre el amor y, probablemente, nadie lo diga nunca. Si hoy te encuentras en incertidumbre no dejes al azar nada y, dispuesto a todo, ve a buscar la certidumbre. Ten presente también que la búsqueda del amor es sufriente, pero ¿qué no lo es?